El liderazgo presidencial de Néstor Kirchner: de la poca legitimidad de origen a una fuerte legitimidad de ejercicio.

Por Martina Genovart

  • A modo de aproximación teórica: consideraciones conceptuales.

Para comenzar a desarrollar el hilo de nuestro análisis, resulta imperioso esbozar algunas líneas respecto a lo que consideramos como liderazgo político. En términos de Méndez (2013), podemos condensar una definición bidimensional del concepto solventando la diferenciación entre dos aspectos que, lejos de ser disímiles, son complementarios. El primero, entiende al liderazgo como la capacidad de planificar la actuación y la acción política con un sesgo estratégico, mientras que el otro, interpreta al liderazgo desde una visión procedimental centrado en la conducción que ejerce el líder hacia un cambio positivo sobre un conjunto de personas. Indefectiblemente, el liderazgo político supone la idea de la movilización de masas hacia la consecución de un fin determinado, en donde entra en juego la relación causal que existe con la idea de poder, donde el líder es la persona capacitada para modificar, transformar y cambiar el curso de los hechos y es quien ayuda y acompaña a un grupo de personas a lograr objetivos comunes. En palabras de Nye (2011), entendemos que el liderazgo es la facultad que tiene una o varias personas para direccionar u orientar a otras a determinados fines. Analizando ambas construcciones conceptuales, podemos deducir que el liderazgo no se alcanza cuanto mayor sea el número de subordinados, sino cuando los seguidores confieran el poder al líder de movilizarlos. “(Los líderes) responden a una necesidad existencial: encontrar una solución para los problemas colectivos de determinado grupo, de manera que éste pueda sobrevivir y reproducirse como tal” (Fabbrini, 2009, p26).

Ollier (2010), por su parte, enfatiza en el estudio de los liderazgos presidenciales a partir de los recursos objetivos y subjetivos. Se consideran objetivos aquellos definidos a partir de las relaciones que se desarrollan desde el plano político e institucional, es decir, la relación con los partidos políticos, con las instituciones, con los actores, etc. Mientras que los subjetivos, que transitan por otro andarivel, refieren a la capacidad que tiene el presidente de utilizar los recursos objetivos y de diseñar otros en función de su discurso, sus relaciones con la opinión pública, etc. Fraschini (2010) complementa la especificidad del racconto de Ollier introduciendo el concepto de recursos de poder para hablar del líder. Partiendo de esa base, el autor describe la factibilidad de los gobiernos de los liderazgos presidenciales y la instrumentación de la gobernabilidad en los distintos sistemas políticos con el desarrollo de recursos de carácter institucional, estratégicos, sociales, ciudadanos/populares, financieros e internacionales que detentan -o no- los líderes en sus respectivos mandatos presidenciales. Cuanto mayor sea la cantidad de recursos de poder que adquiera el líder presidencial, como herencia de otros presidentes o producto de la capacidad de diseñarlos en ejercicio de poder político, mayor la estabilidad que obtendrá el régimen. En cambio, cuanto menor sea la facultad del líder para proyectar la ventaja de los recursos de poder y, de esa manera, contar con una posición política-institucional débil, mayor será la inestabilidad del régimen.

Esta noción de liderazgo está estrechamente vinculada a un principio inherente, como lo es la capacidad de mantener unido al colectivo mediante la identidad y la representación. El líder condensa los valores y las aspiraciones del pueblo, de un “nosotros”, teniendo la facultad de movilizar y representarlos en pos de la institucionalización de sus demandas particulares. Novaro (1996), parte de dos construcciones analíticas interesantes al momento de caracterizar la noción de identidad. Primeramente, hace mella en la existencia de un “otro” y un “nosotros”, que lo denomina como “principio de alteridad” y, en segundo lugar, lo sintetiza como “principio de escenificación” para referirse a un tercero que se destaca de todo el conjunto. Dentro de los nuevos liderazgos existe un componente aglutinador que enmarca la categoría “pueblo”, en donde se articulan las distintas vertientes sociales, políticas, culturales, étnicas, etc. Es, en ese escenario, donde la identidad cumple la función de congregar a todos los grupos en esferas, con lineamientos, valores y direccionalidades políticas comunes. La representación, por su parte, está fuertemente ligada al plano político-institucional, constituyendo el mecanismo ordenador de las identidades políticas.

El período que nos proponemos estudiar (2003-2007) está signado por dos fenómenos plausibles de analizar: la crisis de representación y una democracia de baja institucionalización. El primero de ellos, combinaba el descontento generalizado de la sociedad argentina durante la década de los 90 y el 2001, la incapacidad de los partidos políticos de canalizar las demandas de la población y la erosión de la cultura partidaria en el seno de la sociedad argentina. El segundo, aborda con detenimiento la inestabilidad del régimen político que, no sólo afectaba a Argentina, sino también a toda América Latina. En términos de Levitsky y Murillo (2010), la política democrática tiene sus particularidades en un contexto de debilidad institucional, en el cual existe un bajo cumplimiento o aplicación de las normas o reglas que rigen el comportamiento institucional, y donde las reglas formales tienen transformaciones constantes que no logran atravesar los cambios de poder y la distribución de preferencias. En ese marco, están presentes altos grados de incertidumbre al momento de aplicar las normas por parte de los actores y los marcos temporales se reducen de manera notable cuando éstos requieren generar expectativas en otros.

Los líderes presidenciales emergen dentro de un sistema presidencialista de gobierno y no son solamente estudiados según características personales, sino también como explica Fabbrini (2009), por la injerencia que desempeñan en los sistemas donde cumplen funciones. En un sistema democrático, como es el de Argentina, el líder tiene responsabilidades de gobierno y su análisis debe tener su base contemplando la esfera institucional, sus limitaciones y direccionalidad determinada. Teniendo en cuenta tal perspectiva, los líderes presidenciales tienen la obligación – o el deber cuasi moral – de conducir e institucionalizar las demandas de la política nacional.

En términos de Linz (1996), en el presidencialismo, el Ejecutivo es elegido directamente por el pueblo por un mandato fijo confiriéndole poderes constitucionales. Este sistema, a diferencia del parlamentarismo, genera mayor rigidez al proceso político, al arrogarse el Presidente mismo, una legitimidad durante la totalidad del mandato respaldada en el juego democrático. A su vez, contribuye a un carácter bidimensional: por un lado, el presidente representa a toda la Nación como jefe de Estado; por otro lado, solventa una alternativa político-partidaria. Según O´Donnell (1997), el presidente es el bastión fundamental que encarna el país defendiendo los intereses de la comunidad y las instituciones, las cuales se reconocen como organizaciones que responden al carácter constitucional de la poliarquía. Al momento que el líder es legitimado por la decisión popular y comienza a detentar la facultad de gobernar, se entiende que para la implementación, diseño y planificación de las políticas públicas que requiere ejecutar la gestión de gobierno, se necesita de un equipo de gobierno cohesionado que logre homogeneizarse en función de valores, estructuras programáticas e ideas compartidas. Lo ideal sería que dicha estructura programática se encuentre acompañada de una mayoría legislativa, para transformarla en iniciativas, debatirla en el parlamento y convertirla en ley.

Mainwaring y Shugart (2002) identifican algunas ventajas específicas del presidencialismo: a) existen mayor número de alternativas para quienes ejercen el voto;

  1. b) responsabilidad electoral; c) independencia y autonomía del Congreso; d) existen mandatos fijos; e) no necesariamente el ganador se queda con todo. Los presidentes, además, poseen una serie de poderes constitucionales para tener cierta injerencia en el desarrollo de la legislación, como lo son el poder de veto, el poder de decreto y capacidad de introducir leyes. Los poderes proactivos, como por ejemplo el poder de decreto, son aquellos que permiten que el presidente establezca un nuevo status quo con la presentación de iniciativas. Los poderes reactivos, en cambio, permiten que el presidente defienda sus iniciativas frente a la tentativa de la mayoría legislativa por cambiarlo.

El equilibrio presidencialista de la República Argentina, entonces, lo podemos vislumbrar a la luz de algunos supuestos importantes que son características innatas del sistema. Entre ellas se puede destacar que el sistema presidencialista del país cuenta con garantías constitucionales que rigen la aplicación de normas y reglas por parte de los diferentes actores. Además de poseer un gobierno dominante desde el plano institucional, en función de su relación con el Legislativo, también existe una clara disciplina al interior del partido gobernante, donde el presidente ejerce su conducción e influencia como líder.

Los líderes presidenciales tienen en sus manos el poder de tomar decisiones y diseñar soluciones concretas a los problemas colectivos inherentes a la comunidad. Es la propia democracia la que permite a esos líderes, a diferencia de otros no democráticos, elegir cómo se lleva a cabo dicho poder decisional. Aquellas democracias estables son las que mejor pudieron manejar la toma de decisiones, mientras que la estabilidad democrática de algunos países se corrompió producto de no contar con una clara capacidad decisional. El líder presidencial, entonces, tiene el poder para conducir a la ciudadanía en temas relativos de importancia colectiva, pero el uso de ese poder está controlado institucionalmente para asegurar la vigencia del acuerdo electoral con los electores. Es la propia institución la que direcciona la modalidad del líder para el ejercicio de su poder.

  1. Estudio de caso: el liderazgo presidencial de Néstor Kirchner (2003-2007)

En el presente trabajo abordaremos el liderazgo presidencial de Néstor Kirchner, quien fuera presidente de la República Argentina (2003-2007). En las elecciones presidenciales del 27 de abril de 2003 la fórmula Kirchner-Scioli del Frente para la Victoria, obtuvo el 22,24 % de votos, resultando segundo detrás de la fórmula encabezada por el expresidente Carlos Menem, quien luego desistió de ir a ballotage.

El contexto social, político y económico en el 2003 era crítico. Las organizaciones sociales y los movimientos piqueteros traían aparejados de los años anteriores un nuevo repertorio de acción colectiva: cortes, piquetes, marchas y asambleas. La crisis de representación pincelaba el paisaje político de Argentina durante el comienzo del mandato del santacruceño y la baja institucionalización era una característica inherente a las democracias latinoamericanas, con reglas endebles o leyes que son cumplidas de manera parcial y con fuentes extrapartidarias de poder que cumplen un rol central en la dinámica política argentina: sindicatos, movimientos sociales, las Fuerzas Armadas, los medios de comunicación.

Kirchner, quien fuera intendente de Río Gallegos (1987-1991) y gobernador de Santa Cruz (1991-2003), llegaba a la presidencia de la Nación con determinación, pero con una legitimidad de origen casi nula. Su desafío se sustentaba en recomponer el andamiaje político-institucional que se había quebrado durante los años anteriores y emprender la salida de una crisis política, en función de la estructura de representación de ideologías e intereses.

La necesidad de ampliar su volumen político para facilitar su gobernabilidad debía ser una estrategia diseñada de manera sustancial: se dedicó a ampliar su núcleo duro, recuperando a militantes de los años 70 y estrechándole la mano a los históricos peronistas de diversas facciones. En su discurso de asunción, Néstor Kirchner sentó las bases de lo que posteriormente se convertiría en la columna vertebral de su gestión, abogando superar el modelo de los años 90 direccionando la política a la capacidad de movilidad social ascendente, el pleno empleo de calidad y la puesta en marcha de una reindustrialización con políticas ligadas a la producción. A partir del 2003, la política comienza a tener una tarea fáctica, auspiciar de nexo articulador entre el mercado y el Estado, dejando detrás la relación de poder que existía entre el mercado, como factor aglutinante, y el Estado, un tanto marginado. Kirchner se lanzó a construir un Estado eficiente y transformador, que contenga las demandas sociales, políticas y económicas, sin olvidarse de brindar respuestas inmediatas que aseguren el pleno respeto a los derechos conquistados de quienes habitan el suelo argentino.

El concepto de pueblo es clave en el discurso de Néstor Kirchner y cómo entiende, desde su construcción conceptual, a la democracia. El ethos populista, en perspectiva de De La Torre (2013), cimenta al pueblo como receptor de su metodología discursiva y excluye a las élites de ese engranaje analítico. Néstor Kirchner encarnaba los deseos del pueblo y constreñía un elemento digno de ser analizado: “construir una Argentina en serio”. La articulación discursiva y la construcción complexa condensaba la idea de reformular la identidad y los lazos de representación en la comunidad, alejándose de los acontecimientos que signaron las décadas precedentes y disputando el sentido de la historia reciente marcando un devenir completamente distinto en el que el imperativo sería reconstruir el espacio para la discusión política.

Analizando a Kirchner desde su liderazgo, es posible retomar la explicación de Fraschini (2021), basándonos en una perspectiva “personal” y una “relacional”. Respecto a la primera, podemos configurar a Néstor Kirchner como un sujeto con capacidad de decisión y con elementos que resaltan su personalidad en función de sus características y aptitudes a los fines de conservar su poder. Su destreza abonaba a la caracterización de un hombre del interior, desvelado por el trabajo y con una ideología fuertemente enraizada en el pragmatismo. Su discurso de asunción fue componedor y esperanzador para la época, convocaba a los adversarios y a los propios los llamaba a no encerrarse en banderas políticas. Su énfasis estuvo marcado por la reivindicación a la militancia de los años 70, su fuerte impronta de respeto a los derechos humanos y en la idea de atender al imperativo moral del desempleo y la inmovilidad social.

Frente a la poca legitimidad de origen que tuvo Néstor Kirchner, la estrategia se enmarcaba en fortalecer su perfil político para aumentar a lo largo de su gestión una buena imagen por parte de la ciudadanía. Tal como expresa Ollier (2014), Kirchner planifica una serie de propuestas programáticas con la finalidad de instalar una figura presidencial por fuera de los parámetros tradicionales, de evocar un ethos presidencial basado en un discurso confrontativo, disruptivo y nacionalista, y de diseñar un paquete de medidas en pos de construir una Argentina distinta desde el plano ideológico, político, cultural y económico. La injerencia del concepto de identidad y la noción de representación de intereses e ideologías fueron estrategias diseñadas por Kirchner para convocar a los argentinos y argentinas que se encontraban por fuera de un plano político partidario. La capacidad de aglutinar una masa de adeptos constituía una dimensión importante para la eficacia de su gobierno, imponiendo una fuerte visión de unidad nacional a través de valores comunes que dejaban atrás los proporcionados por el modelo de las décadas anteriores.

Otro de los aspectos interesantes a analizar del caso Kirchner es el “relacional”. En ese sentido, el expresidente logró mantener una serie de nexos y articulaciones ligados al plano institucional con el objetivo de delinear las estrategias de negociación para ejercer el poder, entrando en juego dimensiones sustentadas en la coyuntura económica y social que definen las reglas. Como adelantábamos anteriormente, a sabiendas de la poca legitimidad de origen que tuvo Néstor Kirchner y ante la ausencia de recursos de poder, el sistema de planificación estratégica a adoptar se basaba en negociar y tejer lazos con distintos sectores para potenciar su gobernabilidad y aumentar su perfil político, desplegando una serie de recursos políticos ligados a la personalidad.

Entre el 2003 y el 2007, Néstor Kirchner construye los recursos de poder necesarios, que antes eran escasos y hasta nulos, para legitimarse en ejercicio. Ese proceso fue respaldado por los modos en que supo articular la construcción del poder, su impronta ideológica y su canal de negociación con diversos sectores. Por ende, en palabras de Ollier (2014), en un primer momento, la posición político-institucional del expresidente Néstor Kirchner fue débil, fortaleciéndose a lo largo de su gestión por los aspectos detallados previamente. Para llevar adelante una presidencia dominante, Néstor Kirchner se dotó de algunos recursos de poder necesarios para vigorizar el entramado político e institucional de su gestión, los cuales desarrollaremos puntualmente.

Al comienzo, se veía fuertemente debilitado: a) institucional; b) social; c) internacional; d) estrategia política; e) financiero; d) apoyo popular/ciudadano.

Un primer recurso de poder que aborda es la dimensión institucional, en la cual el expresidente supo ejercer un control sobre distintos componentes del sistema político y robustecer su conducción política. Un claro ejemplo de esto es el rol que protagonizó en el control de las Fuerzas Armadas luego de la recuperación democrática. El decreto 727/06 firmado por Kirchner limitaba el accionar de las Fuerzas Armadas “ante agresiones de origen externo perpetradas por fuerzas armadas pertenecientes a otro/s Estado/s”. La relación que emprende con el Congreso es también ejemplo de esto, ya que con la reforma de la Constitución de 1994, los presidentes estaban facultados para emitir decretos y utilizar los vetos parciales. El momento en que Néstor Kirchner asume la presidencia de la Nación estaba signado por una fuerte fragmentación y división de la Cámara de Diputados. En 2003, implementó varias estrategias para unificar acción con los diputados menemistas, consiguiendo así un bloque mayoritario. La alianza con las distintas facciones del peronismo se quebró en 2005 en un marco electoral en el que se presentaron dos listas en las elecciones de medio término. Si bien triunfó el oficialismo, no logró alcanzar el quórum propio y el presidente comenzó a conformar diversas alianzas con otros sectores por fuera del Partido Justicialista.

Durante los primeros años de gestión de Néstor Kirchner, el comportamiento del Poder Legislativo estuvo caracterizado por una oposición al presidente, dado por votos negativos a las iniciativas del Poder Ejecutivo Nacional o por ausencias. Posteriormente, producto de las estrategias ligadas al rearmado legislativo, muchos de los partidos provinciales se opusieron a las votaciones de las iniciativas legislativas del presidente. En base a datos del PEEL y la Dirección de Información Parlamentaria, Néstor Kirchner contaba con un fuerte poder proactivo de decreto, mientras que el promedio de vetos presidenciales por año en su mandato no llegó al 10% sobre un total de 600 leyes, lo cual contribuye a considerar que el poder reactivo se caracterizaba como “moderado”. Fueron las distintas negociaciones y tensiones existentes con el Poder Legislativo, las cuales dieron pie a una concentración del poder en el Ejecutivo Nacional a través de decretos de necesidad y urgencia, con la finalidad de saltear el debate legislativo y facilitar la utilización de fondos otorgados a recursos.

La composición partidaria es una característica interesante del análisis, dado que el objetivo de Kirchner era avanzar por la jefatura del Partido Justicialista y el liderazgo peronista frente a la amenaza de Duhalde. Kirchner comienza a emprender un operativo basado en la unidad de todos los adeptos del kirchnerismo de cara a la contienda electoral del 2005. Luego de las elecciones legislativas, donde Kirchner le gana la pulseada al Partido Justicialista no oficialista en un contexto de tensiones y fragmentaciones, se convierte en el fenómeno aglutinador que condensa el alineamiento de distintas facciones peronistas tras su figura. Esa nueva reformulación de la configuración partidaria comienza a tener injerencia en el armado parlamentario, donde el Poder Legislativo se subordina al Poder Ejecutivo, brindándole a Kirchner un órgano de apoyo que sancionaría leyes requeridas y un factor de negociación con los jefes de las provincias.

Respecto a su relación con la masa opositora, Néstor Kirchner rectifica tres estrategias. En primer lugar, fomenta un escenario de distinción gramatical y pragmática entre “ellos” y “nosotros”, como la evocación de carácter dialéctica que hace mella en la intromisión del concepto de “enemigos de la Nación”. Posteriormente, coopta a aquellos que hayan quedado en el limbo partidario en función de ampliar el andamiaje institucional para fagocitar su gobernabilidad. Por último, fragmenta a quienes no se hayan alineado a las filas peronistas, fenómeno que se puede visualizar a partir de las elecciones de medio término con la dispersión del voto opositor.

De esa manera, desde el plano institucional, Kirchner logra conducir al Partido Justicialista y emerger como el liderazgo que aglutina a todo el movimiento peronista, aumentar el volumen político en la Cámara Baja dada su conformación en las elecciones de medio término y alcanzar la mayoría en la Cámara Alta, negociar con los gobernadores para sumarse a su armado institucional y aumentar su núcleo político.

Por otro lado, un segundo recurso de poder utilizado es el de carácter social, que tiene como centralidad una influencia del líder sobre los actores sociales. El ejemplo más claro es la negociación que realiza Kirchner institucionalizando las demandas del movimiento piquetero y resolviendo el conflicto social que se suscitaba en Argentina durante el 2003. La influencia que ejerció el expresidente sobre las fuentes extrapartidarias de poder, como pueden ser los sindicatos o movimientos sociales, tuvo gran importancia en el robustecimiento del entramado institucional y la figura presidencial. En ese escenario, la colaboración de la Confederación General del Trabajo luego de su unificación fue fundamental para cooperar y restaurar el conflicto social en los movimientos sociales.

Los recursos de poder internacionales fueron sumamente necesarios para incorporarse a nuevas estructuras y aumentar el poder interno. La política regional de integración fue la columna vertebral del modelo de relaciones internacionales de Néstor Kirchner. Mediante el afianzamiento del rol en el MERCOSUR y su vocación integracionista al frente de la UNASUR, supo moldear los lazos entre los países que lo integraban y empoderar la independencia de los Estados.

El recurso de poder de estrategia política fue determinante en la gestión de Néstor Kirchner, donde parte de su discurso esperanzador al comienzo de la gestión sentaría las bases para su mandato presidencial. Su objetivo fue canalizar un perfil disruptivo de los liderazgos tradicionales, contribuyendo a generar una personalidad novedosa, con un discurso fuerte y cercano hacia la sociedad, subsumiendo el rol de imponer una destreza para concentrar escenarios institucionales que surfearan la poca legitimidad con la que había comenzado su mandato.

El plano financiero fue sustancial, ya que durante esta presidencia se canceló la deuda con el Fondo Monetario Internacional recurriendo a reservas internacionales, logrando la puesta en marcha de un modelo industrial, productivo y desarrollista que descendió la desocupación, la indigencia y la pobreza, garantizando la creación de puestos de trabajo, siendo que el motor de este cambio de paradigma se basaba en políticas productivas que fomenten el mercado interno.

Por último, si bien Kirchner carecía del recurso de poder ciudadano al momento de su asunción, el respaldo y la popularidad del entonces presidente había crecido notablemente a partir de las elecciones del 2005, donde hubo un incremento del flujo de votos y aumentó su imagen positiva.

Las fuentes extrapartidarias de poder son otro componente que abonan a moldear la matriz político-institucional del liderazgo presidencial. La gestión del gobierno de Néstor Kirchner implicó enfrentamientos con muchos de ellos, como lo fue el caso de las Fuerzas Armadas, donde los conflictos se vieron profundizados con la postura radical que se tomó desde el gobierno nacional a partir de la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, el decreto firmado por el entonces presidente para limitar sus funciones, o el simbólico gesto al momento de asumir de descolgar los cuadros de los genocidas.

Otro elemento interesante es la relación de Néstor Kirchner con la opinión pública, hito central para comprender el vínculo en los años siguientes a su presidencia. El entonces presidente articuló, en primer lugar, un discurso más bien ligado a su centralidad política y a ejercer un control sobre la agenda pública, donde desplegó un centenar de críticas públicas hacia la prensa. Esa visión que desató Kirchner respecto al funcionamiento de los medios de comunicación hegemónicos y a los modos en que operaban en la política argentina constreñían la base fundamental para conceptualizar las nuevas prácticas discursivas y de comunicación que tendría con la ciudadanía.

Si bien al comienzo de la gestión de Kirchner los grandes medios sostenían visiones o perspectivas positivas respecto a la estrategia política encausada por el presidente, solventando la valoración en editoriales y columnas informativas, posteriormente, al unísono del rumbo que tomaría el santacruceño, la polarización entre las distintas facciones de los medios comenzó a crecer cada vez más, radicalizando su postura.

Las perspectivas críticas e ideológicas en detrimento de la prensa que Kirchner había plasmado en sus discursos tenían su ilustración en el legado que, inexorablemente, el neoliberalismo había subsumido en esta fuente extrapartidaria de poder. La expansión de los medios privados y la concentración suscitada en los años 90, transformaron de lleno la matriz mediática de la Argentina. A partir de ese acontecimiento, si bien Néstor Kirchner complementó su novedosa figura presidencial con una comunicación directa entre la ciudadanía y el gobierno, los medios de comunicación comenzaron a tener un rol sumamente importante para sedimentar en la arena de la política argentina y operar en la construcción de una nueva subjetividad de la comunidad.

Los enfrentamientos con estas fuentes extrapartidarias de poder describen de manera fehaciente que la propuesta programática de la presidencia de Néstor Kirchner fue devolverle la centralidad al Estado y erradicar el modelo imperante de las décadas pasadas que tendría al mercado como factor aglutinante y al Estado, como mero instrumento marginado de las decisiones políticas gubernamentales.

Para concluir nuestro análisis de caso, podemos señalar que el liderazgo presidencial de Néstor Kirchner se caracteriza como un estilo “transformista” por varias cuestiones. En primer lugar, llega al poder con una visión fuertemente enraizada en convicciones ideológicas y posee la decisión política de llevarlas adelante. Luego, el expresidente durante su mandato había conseguido un amplio respaldo popular que, con su destreza y la direccionalidad de su gestión, pudo movilizar una gran masa de la sociedad en función de ampliar sus márgenes de gobernabilidad. Si bien la estrategia de Kirchner se sustentaba sobre una base de diálogo y consenso con diversos sectores de la sociedad, su espíritu transformista y pragmático fue rasgo innato de su liderazgo presidencial.

Además, constituye en palabras de Ollier (2014) una presidencia dominante teniendo en cuenta el rol que articulaban las siguientes perspectivas. Por un lado, una dimensión interna, respaldada en las formas en que Néstor Kirchner supo moldear las relaciones con el Partido Justicialista robusteciendo una doble jefatura presidencial y partidaria, por el incremento electoral y el desarrollo inmerso en el aumento de recursos de poder a lo largo de su mandato, o a partir de las estrategias acaecidas en la comunidad que facilitaron tanto su gobernabilidad como su relación con el Congreso. Por otro lado, una dimensión externa, a través de la cual Néstor Kirchner concentró el poder en el Ejecutivo Nacional producto de la crisis de representación política y partidaria que existía en Argentina durante el período histórico que hemos estudiado, fundamentalmente, consecuencia de la debilidad de los partidos políticos ante la incapacidad de construir lazos de identidad en la comunidad.

La cantidad de recursos de poder que supo conformar Kirchner a lo largo de su mandato, posibilitaron la consolidación de su posición política-institucional en la historia de América Latina y de la Argentina. Aunque llegó a la presidencia con muy pocos recursos y con una posición político-institucional débil, logró adquirirlos durante el curso de su ejercicio de poder político demostrando su capacidad para conservar el poder y alcanzar la estabilidad del régimen.

Néstor Kirchner, como un emergente del sistema de gobierno presidencialista, supo ejercer su liderazgo en un contexto institucional signado por una fuerte crisis de representación política. Desde el Ejecutivo, logró homogeneizar la multiplicidad de particularidades que acarreaba la Argentina desde la recuperación y consolidación democrática, respondiendo de manera fehaciente a la tarea encomendada por los ciudadanos. El objetivo de Kirchner, logrado según nuestra concepción, fue introducir en la identidad colectiva del pueblo argentino un sentimiento de pertenencia a un proceso histórico que, replegado del modelo reinante de las décadas pasadas, construyó nuevos modos de vinculación con la ciudadanía.

A través de la legitimación popular como agente de articulación entre las demandas de la sociedad y el ejercicio del poder, Néstor Kirchner emprendió la tarea entre el 2003-2007 de enfatizar en las exigencias de quienes le habían conferido la responsabilidad de ser presidente de la Nación integrando el sentido de identidad y garantizando trascender la crisis de representación con la que había comenzado su gestión. El centro de gravedad de la sociedad civil tuvo un giro drástico en lo que respecta a la confianza depositada en las instituciones políticas, que estimulan la emergencia de líderes democráticos; en los partidos políticos, como el instrumento supremo de influencias en un proceso de toma de decisiones; y en los actores políticos que detentaban el poder decisorio a través de la gestión de gobierno.

Las distintas organizaciones de la sociedad civil que, durante la época de implantación del modelo neoliberal tuvieron un rol asfixiado por las políticas privatizadoras y las reformas del Estado, comenzaron a concebirse como herramientas políticas en los que se dirimieron nuevos liderazgos y actores con la institucionalización de sus demandas políticas, sociales y económicas a través de la ampliación de derechos por parte del Estado.


Bibliografía:

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