Parir con poder. El origen de la violencia obstétrica en los discursos de la Ilustración y la caza de brujas

Por Maitén Guadalupe Rodríguez

Resumen

De todas las formas que adopta la violencia por razones de género, aquella que sufren las personas embarazadas en el momento del parto se muestra como una de las más difíciles de reconocer como un problema social. La violencia obstétrica disimula su carácter estructural en comportamientos, prácticas y jerarquías que tienen sus orígenes en las primeras etapas de formación de la acumulación capitalista y en la sujeción de las mujeres al trabajo doméstico y la reproducción de la fuerza de trabajo. La hipótesis de trabajo es, entonces, que la construcción histórica de esta violencia puede rastrearse por medio del análisis de los discursos tanto de la Ilustración como también de la caza de brujas.

Palabras clave: acumulación capitalista, Ilustración, parto humanizado, relación médico-paciente, violencia obstétrica.

Abstract

Of all the different shapes gender-based violence can take, that which pregnant people suffer during birth shows itself as one of the hardest to acknowledge as a social issue. Obstetric violence conceals its structural nature in behaviours, practices and hierarchies that originated in the early stages of formation of capitalist accumulation and the subjugation of women to domestic work and the reproduction of labour force. The work hypothesis is that the historical construction of this violence can be traced through an analysis both of the discourse of the Illustration as much as that of the witch hunt.

Key words: capitalist accumulation, doctor-patient relationship, humanized birth, Illustration, obstetric violence.

Introducción

El consultorio médico se nos presenta cotidianamente como el ámbito de encuentro entre el conocimiento científico y los legos en aquellas cuestiones de mayor sensibilidad: la salud o incluso, en muchos casos, la vida y la muerte. Las mujeres y personas embarazadas que ingresan a una sala de parto encuentran en este intercambio una relación de poder que aprovecha la asimetría con suma perversión y les somete frecuentemente a situaciones de humillación y hasta tortura, tanto psicológica como física.

El propósito de este trabajo es indagar en la constitución de la sala de parto rastreando sus orígenes en el momento singular de la Ilustración, es decir, cuando se define el campo de acción de la ciencia y, por oposición, de la superstición (incluyendo en ella la magia). Creemos aquí que la persecución de todo aquello que quedara por fuera del pensamiento positivista sirvió de herramienta para la exclusión de las mujeres de la práctica científica, en general, y de la medicina, en particular. Abrevar de esta genealogía nos permitirá comprender la constitución histórica de la medicalización del parto como una tecnología del poder basada en el ideal regulatorio del sexo, que hoy se visibiliza en la expresión “violencia obstétrica”. Puesto que la temática trabajada no ha sido aún suficientemente explorada por la teoría política, nos proponemos abordarla desde una mirada multidisciplinar, tomando como guía distintas investigaciones llevadas a cabo en los campos de la antropología, el psicoanálisis y la epistemología.

Por último, consideramos relevante aclarar que si bien en el trabajo se priorizará el término “personas embarazadas” para referir al sujeto afectado por la violencia obstétrica1, no deberá entenderse por esto que la experiencia en la sala de parto sea la misma tanto para las mujeres cis-género como para los varones trans o personas no binarias con capacidad de gestar, ya que la misma mirada biologicista que impone la maternidad a las mujeres tiende a excluir de esta supuesta función a las diversidades sexuales y de identidad de género y, por lo tanto, las somete además a otros tipos de violencia y discriminación que exceden la temática aquí abordada.

La violencia obstétrica como un problema social

La Ley N.º 25.929 de “Parto Humanizado”, aprobada en Argentina en 2004, refiere a los derechos de las mujeres embarazadas en el momento del parto a recibir un trato libre de violencia por parte de los equipos médicos y personal del establecimiento en el cual este tendrá lugar, a los derechos de las personas nacidas y a la información que se le deberá brindar a las mujeres para que puedan tomar de forma autónoma todas las decisiones que fueran necesarias (salvo en situaciones de riesgo donde deberá intervenir un comité de bioética), reconociendo su absoluta capacidad de conciencia a estos fines. Este último punto es relevante porque exige a toda la comunidad hospitalaria interviniente el reconocimiento de la mujer embarazada como persona sana y perfectamente racional, evitando la patologización y posterior cosificación de su cuerpo en detrimento de su autonomía.

La ley mencionada, como indica la antropóloga Celeste Jerez (2015) en su investigación sobre la historia y alcances de su aplicación, aborda solamente una de las caras de la problemática y se complementa recién con la sanción de la Ley N.º 26.485/09 de “Protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres”, cuando el Estado finalmente reconoce, entre las distintas formas que puede adquirir la violencia por razones de género, la violencia obstétrica como la identificación de todas las prácticas despersonalizantes y humillantes que sufren las mujeres al parir tanto en hospitales públicos como en sanatorios privados.

Si bien este trabajo no busca desarrollar exhaustivamente la cuestión del parto humanizado sino la institucionalización histórica de su contraparte, la violencia obstétrica, es necesario repasar algunos de sus puntos claves para entender su importancia en el reconocimiento del parto como un fenómeno social. La principal intención de la Ley N.º 25.929/04, producto de la larga lucha de diferentes movimientos feministas, es la conformación de un espacio que contemple y contenga a la persona embarazada, para que se sienta escuchada en sus sensaciones, acompañada por quienes ella desee y empoderada por el proceso que se encuentra atravesando con las menores intervenciones médicas posibles (o, mejor dicho, requeridas y/o solicitadas).

De acuerdo a las organizaciones feministas dedicadas a la problemática2, la violencia obstétrica se presenta como un obstáculo ineludible, una suerte de rito de iniciación, en la vida de las personas embarazadas al momento de dar a luz. Sin embargo, y por la multiplicidad que presentan todas las relaciones de opresión, las herramientas y los recursos con los que cuenta cada una de ellas a la hora de afrontar esta violencia varía. Las posibilidades de acceso al parto respetado pueden encontrarse también condicionadas por el factor de clase3 de la persona embarazada ya que esto limita tanto el lugar en el que se procederá con el parto (sea este el hogar propio, un hospital público o un sanatorio privado) como quién o quiénes intervendrán en él mismo. Es decir, que hay un segundo factor de peso. 

Además de los afectos o personas de confianza de la persona embarazada cuya presencia ella sienta importante durante el parto, debemos considerar a los y las profesionales que intervendrán en el proceso y que se encuentran a su vez jerarquizados según escalas valorativas de género y clase. En la rama de la medicina obstetricia, las profesionales se ordenan del siguiente modo: médica obstetra, obstétrica, partera y doula4.

Estas relaciones de poder se inscriben en una lógica particular, la del “modelo tecnocrático de nacimiento”, el cual observa al proceso del parto como un fenómeno únicamente fisiológico, independiente de las sensaciones de la persona embarazada, las cuales no son contempladas. Desde esta perspectiva, la mujer o persona embarazada se encuentra despojada de conocimientos propios que deban ser considerados a la hora de proceder con la práctica. 

En este control biomédico de los cuerpos, Jerez (2014) identifica la persistencia de una concepción sobre la maternidad en tanto destino de la mujer, una idea que no reconoce –aún después de la legalización de la interrupción voluntaria de embarazos– la posibilidad de embarazos no deseados. Pero, al mismo tiempo, nos advierte que dicha concepción convive a la par de la constante sospecha de parte del personal médico de que aquella mujer o persona embarazada ha cometido el pecado original y que, si por ella fuera, no estaría dando a luz. Ambos pensamientos condenatorios dan cuenta de la herencia e influencia que la doctrina religiosa ha tenido (y mantiene aún en nuestros días) sobre las instituciones de salud en el mundo occidental.

Dicha herencia se configura en una alianza particular con la ideología burguesa cuando, como dos caras de una misma moneda, es la pretensión de obligatoriedad de la maternidad la que cubre de un manto de sospecha a toda persona embarazada en relación tanto al origen del embarazo como al futuro del mismo. Al respecto, tanto Celeste Jerez como Jean Clavreul y Silvia Federici vinculan esta cuestión con la persecución histórica de la sexualidad femenina y la prohibición del aborto, ejemplo que se demuestra más perverso aun cuando la práctica misma se permite en los casos de violación, ya que se comprende que el embarazo no fue producto del deseo sexual de la víctima. La negación por medio de la represión de ciertas sexualidades, según indica Michel Foucault en Historia de la Sexualidad I (1998), restringe al sexo únicamente a la función reproductiva de la especie humana, separado del deseo, el cual quedará limitado a discursos clandestinos. 

En relación a la idea de maternidad como destino, resulta valioso considerar además el análisis que Nayla Vacarezza hace sobre la construcción afectiva en la relación maternal con el embarazo alrededor de la aparición en escena del “feto público” como un nuevo sujeto político, una “figura fetichizada [que] opera como una suerte de señuelo de sentimientos […] por haberse instituido como símbolo optimista de la vida misma y del futuro de la familia, de la nación y de la humanidad toda” (Vacarezza 2017, 73). Dicha operación, como ella indica, no sería posible sin el uso de las ecografías, herramienta fundamental del modelo tecnocrático de los nacimientos. Estas representaciones de los fetos difundidas tanto por el sistema médico como por los grupos en contra del derecho al aborto e incluso por algunos grupos vinculados al derecho de la maternidad respetada, están suspendidos en atmósferas vacías, invisibilizando el cuerpo de la madre o persona gestante. Se convierten –paradójicamente– también en imágenes de querubines, infantes perpetuos, eternamente indefensos y dependientes de la atención y el afecto materno e indivisibles de su persona. 

El orden médico

La separación entre discursos legítimos y clandestinos hace necesario que antes de avanzar en la reconstrucción histórica de la expulsión de las mujeres de la práctica de la medicina y su relación con la institucionalización de la violencia como parte inseparable de la práctica del parto, sean desarrolladas algunas cuestiones importantes sobre la constitución del orden médico, desde la perspectiva del psicoanálisis, y la influencia que ejerce esta lógica en la relación entre el médico y el paciente, si es que dicha relación es siquiera posible para Jean Clavreul, autor de la teoría.

Una de las principales críticas que se le hace al “modelo tecnocrático de nacimiento” es la patologización del embarazo y de la persona embarazada en sí, es decir, que se inscribe forzosamente a esta persona en el discurso médico a fines de justificar la necesidad de su atención dentro de un régimen hospitalario en tanto persona “enferma” (o paciente). Dicho discurso, que Clavreul (1983) denomina como orden médico, y que es en sí mismo un discurso normativo, omnipresente e ineludible en la vida occidental, selecciona permanentemente la información proporcionada por el o la paciente y descarta todo aquello que no pueda interpretarse dentro de su propio lenguaje. Es por esto que el autor utiliza también el término “imperialismo médico” para referirse a su funcionamiento. En esta separación de lo realmente utilizable del discurso del enfermo, la medicina occidental reafirma que el único discurso válido dentro del consultorio es el propio de la institución.

En este mismo sentido, Clavreul (1983) plantea que en realidad no hay relación médico-paciente de la cual hablar puesto que la forma de vincularse entre ambos hace que el médico vea al enfermo como “hombre + enfermedad”, una enfermedad que le es totalmente ajena y desvinculada de su existencia, imponiéndole a este hombre, en tanto paciente, la necesidad de verse como un “otro” desde el afuera. Una de las razones de esto es la creencia en la existencia de un hombre “normal”, en un estado sin enfermedad, que compone su Sollen, su deber ser, por oposición al hombre enfermo del Sein, el ser, el cual en el discurso médico es negado.

Es esta forma de relacionarse la que lleva a la despersonalización del paciente a la que se enfrentan las personas embarazadas en las salas de parto, ya que en esta relación es el médico el único que conserva la categoría de sujeto mientras que al paciente le corresponderá conformarse con ser su objeto. A riesgo de convertirse en un obstáculo para el diagnóstico de su padecimiento, la o el paciente deberá aceptar que el orden médico exija que el profesional se interese únicamente por los síntomas que puedan delatar alguna patología física legible desde el lenguaje médico e ignore tanto el cuerpo como la misma subjetividad de su paciente. La reducción de las y los pacientes al lugar de objetos, el rol pasivo esperado en quienes acuden al consultorio médico, reforzado en las mujeres y personas embarazadas por medio de la medicalización del parto, convierte a sus cuerpos en un espacio público en el cual intervienen más de un discurso de poder.

Antes de avanzar, es necesario detenerse en la presencia de este otro discurso también normativo que interviene en la configuración de la atención médica. Nos referimos a la idea normativa del “sexo”, en términos de Judith Butler, como “práctica reguladora que produce los cuerpos que gobierna” (Butler 2002, 18) y que como tal supone una performatividad, una aceptación y sumisión a las reglas del imperativo heterosexual. A raíz de esto podemos afirmar que en las salas de parto y en la consulta clínica obstétrica ambos discursos se complementan en la definición por un lado, de qué merece ser atendido por la medicina como una patología pero, por el otro, de qué cuerpos son efectivamente merecedores de dicha atención, en tanto son reconocidos (o no) como personas legítimamente gestantes que cumplan con los requisitos de la estructura cisheteropatriarcal.

Producto de una jerarquía en relación al saber aprehendida en las facultades de medicina, en la cual el Maestro ocupa el rol de Amo por sobre el estudiante/discípulo subordinado, esta dinámica es reproducida en el consultorio frente al paciente, el cual, según Clavreul, presenta un deseo por ese mismo saber, reforzando la posición de autoridad del médico. Esta jerarquía se suma a la detallada por Jerez en relación a los niveles de profesionalismo y capacidades de intervención en la atención a un parto pero también a la planteada por Butler en cuanto a aquellos cuerpos y subjetividades que logran ser reconocidos por el discurso biologicista.

La Razón violenta

Si los discursos que rigen la medicina moderna dan cuenta de la ideología burguesa, es preciso indagar brevemente en la historia de su formación para lograr una mejor comprensión de cuáles son las relaciones de poder que dichos discursos traducen y qué objetivos persiguen. En este sentido, hace ya largo tiempo, Horkheimer y Adorno (2005) identificaban a la Ilustración como el discurso representativo de esta ideología para la elaboración del conocimiento científico. Siguiendo la línea planteada en los apartados anteriores, la Ilustración presenta una forma más sofisticada de la relación entre la detentación del poder y la obediencia en la cual la opresión se manifiesta (como también se disimula) a través del lenguaje mediante el uso de los símbolos.

Analizado superficialmente, la instauración de la ciencia moderna occidental se presenta como único lente con el cual observar y comprender los fenómenos de la naturaleza. La ciencia da así a la Ilustración la apariencia de una lucha noble entre la Razón y la superstición (también identificada como metafísica) con la única finalidad de liberar a los hombres y mujeres de una dañina ignorancia producto de creencias irracionales. Para los pensadores de la Escuela de Frankfurt, sin embargo, la Ilustración se fundamenta en la ideología burguesa que tiene como principio la dominación de la naturaleza y exige, para esto, la total alienación del hombre de la misma. Desde esta perspectiva, la relación con la naturaleza pasa a ser exclusivamente de explotación capitalista y debe ampararse necesariamente en el “desencantamiento del mundo” (Horkheimer y Adorno 2005, 59) para reducirlo todo al cálculo y la utilidad y caracterizar de sospechoso todo aquello que escape a su dominación.

Esta violencia ejercida sobre la naturaleza por medio del conocimiento convierte al saber en un dispositivo de poder y se traslada a todas las relaciones que tengan lugar dentro de la sociedad burguesa. Es decir, que la medicina no podrá escapar a su discurso. El cuerpo humano, que como indica Foucault (2000) en su análisis del Hombre-máquina es descubierto como objeto dócil, pasa a ser estudiado e intervenido divido por sus partes, y la atención médica y/o hospitalaria imitarán el desempeño de una línea de ensamblaje fabril, donde cada parte será tomada como dividida del resto y por un “especialista” que sólo podrá comprender aquello que quede dentro de su órbita de conocimiento, como ya explicó Clavreul, no debiendo interesarse por lo demás. La atención del cuerpo por partes implica entonces una coerción débil la cual, según Foucault, “se ejerce según una codificación que reticula con la mayor aproximación el tiempo, el espacio y los movimientos” (Foucault 2000, 141). De esta forma el disciplinamiento se vuelve casi imperceptible para el ser humano.

Pero el discurso de la Ilustración, como vehículo de la ideología capitalista, es también patriarcal no sólo por las relaciones jerárquicas que implica hacia el interior de la práctica científica (por ej.: en la relación maestro/discípulo en las facultades de medicina mencionada anteriormente), sino además al respecto de los lugares que les correspondería ocupar en la sociedad burguesa a hombres y mujeres a partir de presupuestos biologicistas que sirvieran para garantizar especialmente la función reproductiva del matrimonio. 

En su investigación sobre la caza de brujas, Federici (2018) postula la hipótesis de que esta fue un gran vehículo de disciplinamiento contra una sociedad en transición hacia el modelo de acumulación capitalista, especialmente hacia las mujeres que debían resignarse a su rol de reproductoras de la fuerza de trabajo. Tanto el Estado como la religión se ampararon en la lucha de la Razón contra la superstición, mostrándose como la cara violenta del discurso benevolente de la Ilustración. Mejor dicho, la Ilustración encontrará en la caza de brujas la inspiración para su discurso, pulido y diseminado de acuerdo a las formas sutiles de la coerción débil descritas por Foucault (1998). 

Puesto que estamos tratando con dos periodos históricos distintos, cada uno con sus modos de producción, configuraciones sociales e ideales particulares, la intención no es suponer que las transformaciones impulsadas sobre la sociedad medieval tuvieron como objetivo consciente la normatividad de la sexualidad en los parámetros que describe Foucault sino, más bien, encontrar aquí las bases de esta orientación de la producción e intervención médica de los cuerpos hacia la reproducción de fuerza de trabajo y la represión de la sexualidad. Si reconocemos que la sociedad burguesa representa idealmente los estándares de represión de la sexualidad mediante la separación de los espacios legítimos (dormitorio matrimonial) y clandestinos (burdeles y prostíbulos), así como resalta la “profesionalización” de la medicina absolutamente masculinizada y jerarquizada en su práctica, no debemos conceder que esto se haya producido en un vacío. 

La hipótesis es que las transformaciones de la sociedad medieval hacia la temprana modernidad fueron un factor necesario para estos fines y que son los ideales de la Ilustración los que encuentran un terreno ya allanado por esta reconfiguración traumática de la relación entre el Estado y sus súbditos favoreciendo una sexualidad más utilitaria, por un lado, y una producción del conocimiento más jerarquizada, por el otro. 

Esta operación es rastreada por Federici (2018) hacia la baja Edad Media y es reconocible a partir de los siguientes factores: la marcada disminución de la población y baja de los índices de natalidad, la restricción de las mujeres al trabajo reproductivo, la insensibilización de la violencia hacia las mujeres, la privatización de las tierras comunes y la descolectivización de la fuerza de trabajo. La combinación de estos elementos tendrá como consecuencia la expulsión de las mujeres de la práctica científica y académica, en general, y de la atención de la natalidad, en particular, favoreciendo además la ruptura de vínculos de solidaridad entre mujeres, y entre mujeres y hombres trabajadores en el seno de cada comunidad. 

A partir del siglo XIV, los efectos arrasadores de la Peste Negra y las primeras formaciones de acumulación capitalista llevarían a una modificación absoluta de la perspectiva con que la sociedad occidental se relacionaría con la cuestión de la natalidad. De acuerdo a Federici, en este contexto, la baja en los nacimientos se convierte en una amenaza para la estabilidad económica y social, y el Estado comienza a tomar políticas orientadas hacia la reproducción de la fuerza de trabajo. Para este fin, la posición de las mujeres debería sufrir la pérdida de espacios tanto laborales como sociales e incluso de estatus hacia el interior de sus hogares.

El cercamiento y la privatización de las tierras comunes ocasionó estragos a la economía de las familias campesinas pero para las mujeres significó además la pérdida de un espacio de sociabilidad con otras mujeres en el cual podían establecer relaciones de amistad como así intercambiar experiencias, consejos y conocimientos en materia de salud sexual y reproductiva, así como estas tierras permitían también el acceso a aquellas hierbas que servirían de ingredientes por ejemplo para la realización de abortos domiciliarios. 

Si bien la privatización puede leerse desde el punto de vista económico para reconocer su función en relación al rediseño del territorio en beneficio de la producción capitalista, también es cierto que la necesidad de incentivar los nacimientos llevó a un endurecimiento de la legislación contra los métodos anticonceptivos, el aborto y los infanticidios. Por tratarse de cuestiones de interés femenino, la sospecha fue utilizada como instrumento de persecución tanto para las mujeres que cursaban sus embarazos como para quienes las asistían. De esta forma, las parteras fueron desplazadas progresivamente de sus funciones ya que el Estado alegaba que no podía confiar que sus verdaderas intenciones no fueran en realidad “crímenes reproductivos” (Federici 2018, 292).

A la par de la reclusión de las mujeres a la función reproductiva y cuidado del hogar y su exclusión del mundo del trabajo remunerado, el desarrollo de la ciencia moderna y la profesionalización de la medicina se sirvieron de esta nueva legislación patriarcal para convertir la salud reproductiva en una tarea de los médicos varones teniendo como consecuencia la imposición de un rol pasivo para la mujer durante su embarazo y en el parto, la pérdida no sólo de un ámbito de trabajo y de desempeño profesional para las mujeres de la época sino también de la soberanía sobre la salud de sus propios cuerpos. Por último, ya que de ahora en más los partos serían atendidos por hombres que no necesariamente tendrían un vínculo personal con sus pacientes (a diferencia de las parteras que solían ser vecinas de las mujeres que atendían) se les permitirá inscribir al parto en la relación médico-sujeto/paciente-objeto que Clavreul describe en El orden médico (1983), al poder ignorar tanto la subjetividad de la paciente como toda su situación familiar, social y económica.

La proliferación de investigaciones sobre el ciclo menstrual y su vinculación con la función reproductiva es un indicador del interés que la necesidad de aumentar la tasa de natalidad tuvo para la sociedad occidental en este periodo histórico. El hecho de que la producción teórica de la época sobre la salud reproductiva de las mujeres estuviera completamente dominada por científicos varones sustenta los argumentos planteados por Federici (y compartidos en este trabajo) pero además, al consultar el léxico y la perspectiva de los mismos, se puede apreciar como ofrecen una introducción a las creencias y los prejuicios morales que afectaban el estudio y la atención de las mujeres. En estas investigaciones5, la menstruación es cubierta por el manto del tabú al mismo tiempo que no dejaba de ser útil conocer su funcionamiento y su posibilidad de manipulación si de esto dependía la conservación de la fuerza de trabajo presente y futura.

En su obra Calibán y la bruja (2018), Federici propone además que las revueltas campesinas producto de los altos precios del alimento y de las privatizaciones de la tierras comunes, en las cuales las mujeres ocuparon lugares de relevancia, tuvieron como consecuencia la institucionalización de la violencia contra la mujer desde el Estado como una fuerza disciplinaria hacia las mujeres pero además para romper los lazos de solidaridad entre hombres y mujeres campesinos que pudieran representar una amenaza contra el nuevo sistema de acumulación capitalista. Las políticas implementadas en este sentido varían desde la legalización de las violaciones hasta el patrocinio del Estado de la prostitución, medidas que a su vez apuntaban al aumento de la natalidad, cosificación de la mujer y reforzamiento en el futuro de los ideales burgueses de la familia al separar las relaciones sexuales legítimas de las clandestinas.  

Conclusión

Al inicio del trabajo se hizo referencia al parto como un fenómeno de carácter social y las razones de esta afirmación parten de la idea de que aquello que sucede dentro de los límites de una sala de parto nunca queda circunscrito a la persona embarazada que allí ingresa y a las y los profesionales que intervienen en su atención como un caso individualizado, sino que, por el contrario, sus causas son sistemáticas y sus efectos impactan en la vida de absolutamente todas las personas pertenecientes a la sociedad en el acceso a la salud reproductiva, la planificación familiar, hasta la misma producción de conocimiento pero que, además, los espacios que habita una persona embarazada se encuentran a la vez determinados por la ideología de la sociedad burguesa que implica una cierta forma de enseñar la medicina como así de impartirla en las instituciones hospitalarias.  El uso de las imágenes para la construcción del afecto no sólo busca generar vínculos en las personas ya embarazadas sino que opera desde antes y después del parto sobre las personas con capacidad de gestar incentivando cierto tipo de expectativas sobre el embarazo y la maternidad así como sobre el aspecto físico del bebé, su salud física y mental y su propia “normalidad”. 

Durante el siglo XX y en la actualidad, se ha propuesto como “parto humanizado” el parto “natural” con alternativas que varían desde el respeto de los tiempos y sensaciones de la persona embarazada (representada en la experiencia argentina) hasta la construcción de un modelo contrapuesto completamente al tecnocrático, inspirado en la forma de parir en cuclillas de las mujeres en determinados pueblos originarios y presentado como una forma superior de dar a luz por su supuesta mayor cercanía a la animalidad (Jerez, 2015). Una perspectiva que encierra no sólo concepciones esencialistas y racistas sobre las mujeres originarias (o de grupos étnicos diferentes a los mayoritarios de Occidente), sino que postula y refuerza la visión binaria entre ciencia y naturaleza, con apreciaciones valorativas que en vez de liberar a las personas embarazadas del discurso normativo de la medicalización del parto por parte de la ciencia moderna, sólo logra encerrarlas en un discurso “naturalista”, igualmente totalitario y peligrosamente anticientífico.

Finalmente, la discusión sobre los discursos que atraviesan y construyen al parto como una experiencia violenta no deben ser combatidos desde una perspectiva binaria ni miope que implique la exclusión de la atención médica de dicho proceso sino que debe apuntar a repensar la atención hospitalaria para liberarla de la lógica fabril que aborda los cuerpos como máquinas pero también de la sospecha hacia las mujeres y personas embarazadas, algo que resulta de especial relevancia si se contempla que la obligatoriedad de la maternidad, íntimamente relacionada con los roles de género impuestos por la ideología burguesa, no sólo influye en la atención médica de los partos sino en una multiplicidad de aspectos de la vida de estas personas, desde la posibilidad de elegir si se quiere o no maternar (y en qué condiciones hacerlo) hasta el acceso a la educación y la investigación científica. 

 

1La excepción se hará al momento de desarrollar la investigación de Silvia Federici sobre la caza de brujas ya que la autora se refiere exclusivamente a las mujeres.

2En su Tesis, Celeste Jerez utiliza los seudónimos “MBA” y “DCL” para referirse a las organizaciones consultadas, las cuales prefirieron preservar su anonimato, así como también se ha consultado a la Asociación Civil “Dando a Luz”.

3Las asociaciones consultadas por Celeste Jerez (2015) desarrollan estrategias diferenciadas con relación a la cuestión de clase. En el caso de “MBA” por ej., su militancia se enfoca en la consolidación del parto humanizado en los hospitales públicos con motivo del carácter más universal de su cobertura y alcance, a diferencia del parto en el hogar, pero también se hace referencia a sus actividades realizadas en la villa 21-24 del barrio porteño de Barracas. A la vez, es notable la experiencia llevada adelante por la Residencia de Obstétricas del Hospital Mi Pueblo de Florencio Varela, en la Provincia de Buenos Aires. (La Sexta. Publicación de la Región Sanitaria VI, 4-6).

4Aquí vale la siguiente aclaración respecto a las incumbencias de cada una/o: una médica obstetra es una médica clínica que ha hecho un posgrado en obstetricia, la atención que brinda es únicamente institucional y, si bien en teoría debe atender aquellos embarazos denominados “de riesgo” o con complicaciones, su intervención en la práctica se encuentra en casi todos los embarazos, es además la única habilitada para practicar cesáreas. Las obstétricas, o Lic. en Obstetricia, comparten en general las tareas de las parteras (ambas cuentan en la actualidad de título universitario) y son las encargadas de la atención de los partos de “bajo riesgo”, suelen trabajar a la par de las médicas obstetras y las parteras en las instituciones hospitalarias, mientras que estas últimas ocupan el lugar de auxiliar de las primeras. Las parteras, por su parte, se ocupan de los partos en el hogar y del acompañamiento del embarazo y postparto también en materia afectiva y emocional, vinculándose con la vida familiar y social de la persona embarazada. Las doulas son en mayor parte mujeres que han parido y que se dedican al acompañamiento más que nada emocional partiendo de sus experiencias personales, sin embargo, esta práctica se ha ido abriendo paulatinamente a personas que no hayan cursado un embarazo. (Celeste Jerez, “Partos ‘humanizados’, clase y género en la crítica a la violencia hacia las mujeres en los partos” (Tesis de grado, Universidad de Buenos Aires, 2015) 60-62).

5Generalización hecha a partir de las publicaciones hechas en territorio británico durante la Edad Media y recopiladas por Maxime Konings (2021).

Bibliografía

Anónimo. “Nueva Experiencia de la Residencia de Obstétricas en el Hospital Mi Pueblo. Hacia un parto respetado”, La Sexta. Publicación de la Región Sanitaria VI, abril, 2014. http://www.region6.com.ar/adjuntos/La%20Sexta%20Nro.8.pdf.

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Asociación Civil “Dando a Luz”. “25 de noviembre Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Test de Violencia Obstétrica”, http://www.dandoaluz.org.ar/pdfs/TestdeViolenciaObstetrica.pdf.

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Federici, S. (2018). Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Tinta Limón.

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Horkheimer, M.; y Adorno, T. (2005). Dialéctica de la Ilustración. Madrid: Trotta, pp. 59- 95.

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Jerez, C. (2015). Partos ‘humanizados’, clase y género en la crítica a la violencia hacia las mujeres en los partos. (Tesis de grado de la licenciatura en Ciencias Antropológicas). Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.

Konings, Maxime (2021). Female f(r)iendly: Early medieval English remedies for managing menstruation. Leidenmedievalistsblog. https://www.leidenmedievalistsblog.nl/articles/female-friendly-early-medieval-english-remedies-for-managing-menstruation.

Vacarezza, N. (2017). “Los fetos de otra manera. Reflexiones sobre afectos, aborto y políticas reproductivas a partir de obras de Zaida González y Felipe Rivas San Martín” en Daniela Losiggio y Cecilia Macón (eds./comps.). Afectos políticos: Ensayos sobre actualidad. Buenos Aires: Miño y Dávila, pp. 71-91.

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