Realismo con primas materialistas. Algunos tópicos sobre la (re)lectura gramsciana de El Príncipe

Por Santiago Vásquez

I. Introducción.

Las líneas de reflexión teóricas de Antonio Gramsci y sus principales conceptos políticos, por su agudeza analítica y relevancia, hacen de su obra un material de lectura inevitable para la teoría política contemporánea. En ese sentido, la obra del sardo puede ser considerada clásica, siguiendo a Calvino (1981), por su innegable influencia y su lugar en la memoria colectiva; porque no puede ser dejada de lado en la comprensión de ciertos fenómenos sociales y obliga a un posicionamiento político; y porque trasciende su contexto sociohistórico y es susceptible de ser releída en condiciones diferentes, abriéndose a nuevas interpretaciones incluso en nuestros días.

No obstante, la obra del sardo presenta una gran complejidad, tanto por las condiciones históricas e intelectuales en las que emerge, como por las complicaciones de leer, por ejemplo, los Cuadernos de la cárcel, donde se condensan el grueso de sus reflexiones conceptuales e históricas. Por ello, al abordar esta obra debemos tener en cuenta los principales desafíos teórico-políticos gramscianos. En primer lugar, la búsqueda de una transformación social emancipadora en el contexto de derrota revolucionaria y ascenso fascista; en segundo lugar, una renovada conceptualización de la complejidad de las condiciones sociales en las formaciones capitalistas occidentales desde la perspectiva materialista histórica y de la lucha de clases; y, finalmente, la historia política italiana y su abigarramiento social (Ouviña, s/f).

En el marco de encierro y reflexión sobre el reflujo de luchas, Antonio Gramsci se avoca a un amplio conjunto de problemas que también son de capital importancia para la praxis y el pensamiento político emancipatorio. Así, en sus trabajos se hayan un conjunto de reflexiones y elaboraciones teórico-conceptuales innovadoras, una de las cuales es la relectura en clave materialista de un pensador central para la ciencia y la práctica política como lo fue Nicolás Maquiavelo. En los trazos del florentino, también atravesados por la problemática social de la Italia de su tiempo, Gramsci va a encontrar, a contrapelo de las lecturas antimaquiavélicas, a un pensador político apasionado y comprometido con los problemas y la transformación radical de su época.

Por otra parte, en los Cuadernos también vamos a encontrar, estrechamente relacionado con la (re)lectura de su compatriota, el desarrollo de elementos conceptuales que apuntan a desentrañar las nuevas condiciones de las formaciones capitalistas de occidente que se le imponen al pensamiento y la praxis revolucionarios. De esa manera, entran en juego nuevas categorías que Gramsci despliega a la par de un análisis histórico situado y que sacuden al canon clásico (incluso dentro de la propia tradición revolucionaria), tales como hegemonía y su conceptualización ampliada del Estado.

En el siguiente trabajo se describe, en primer lugar, la renovada lectura gramsciana sobre la obra del florentino en clave revolucionaria, para, en segundo lugar, hacer una comparación con otras lecturas de pensadores coetáneos provenientes de corrientes políticas e intelectuales divergentes, como lo son Ernst Cassirer y Friedrich Meinecke. Con ello se busca profundizar y destacar la originalidad gramsciana, cuyas reflexiones resultaron muy influyentes en el pensamiento político a través del siglo XX. En tercer lugar, se hará una descripción de las categorías de hegemonía y Estado integral como las pensó el sardo en su periodo carcelario. Finalmente se pasará a una reflexión final a modo de conclusión.

Para ello, se han recolectado fragmentos de los Cuadernos de la cárcel y otros trabajos mediante lectura y fichaje, extrayendo los principales desarrollos del pensamiento gramsciano y de otros autores sobre los tópicos mencionados. Luego se describirán esas ideas, conceptos y nociones de forma exhaustiva hasta explicitar su contenido, y se lo reorganizará en función de la exposición y los objetivos propuestos. Finalmente se buscará recomponer todo eso de forma ensayística y sintética en un análisis final.

II. Ciencia ilusionada.

Para Antonio Gramsci, Maquiavelo transforma simultáneamente las concepciones de la política y del mundo. El florentino es quien autonomiza la política de religión y la moral, haciendo de ella una ciencia autónoma (Fernández D., en Gramsci, 2020, p. 29). No obstante, a contramano de las lecturas maquiavélicas clásicas, si de su obra se sirvieron fuerzas conservadoras, este autor piensa que ello no altera su vocación revolucionaria.

 Identificándose como un filósofo de la praxis En la política, Gramsci (1980) afirma que el florentino deja de lado la creencia en una naturaleza humana fija e inmutable o trascendental  (p. 16). Por el contrario, el autor habla más bien de que las condiciones histórico-culturales se pueden superar mediante la acción voluntaria de los hombres, según sus necesidades en cada época. Por ello es por lo que se puede pensar a la ciencia de la política como una ciencia en constante desarrollo.

Gramsci piensa a la ciencia de la política de forma diferente del realismo excesivo o mecánico (1980, p. 48-50). Aquella no busca la determinación de leyes universales de regularidad, independientes de las representaciones y la voluntad de los sujetos como en las ciencias naturales. Este nuevo saber de la política necesariamente debe tener en cuenta, es cierto, las relaciones de fuerzas que operan en la realidad efectiva, pero también debe reconocer el componente afectivo y pasional, la moral y sentido del deber ser que atraviesan la política como relación social. Un realismo como aquel no tiene perspectivas de transformación y cae indefectiblemente en el posibilismo, es decir, se adapta a las relaciones de fuerzas vigentes. 

Por el contrario, El príncipe de Maquiavelo es un libro viviente, es una original combinación de ideología y mito soreliano y ciencia de la política que, suscitando las pasiones de los hombres, busca organizarlas concretamente y alinear a las fuerzas políticas para la toma del poder y la transformación de la realidad. Allí mismo el sardo reconoce en Maquiavelo no sólo a un científico de la política, sino también a un hombre apasionado y comprometido con los problemas de su época. Gramsci va más allá, subrayando la importancia del último capítulo de aquel libro, en el que Maquiavelo se transforma en pueblo a través de esa autorreflexión popular (Gramsci, 1980, p. 9-10). 

Dialogando con comentaristas de su época, el sardo dice que Maquiavelo comete una voluntaria y aparente ingenuidad cuando escribe El príncipe, convirtiéndolo no un mero compendio secreto de recetas para la conservación y expansión del poder político, sino también en un texto pensado para su difusión, para quien en realidad no sabe cuáles son los artilugios de los gobernantes (Ibid., p. 143-144; 2020, pp. 14-15). Allí Maquiavelo, efectivamente, enseña las técnicas del arte de gobernar coherentes con determinados fines, pero con un objetivo más profundo, lo que constituye al libro no tanto en un tratado académico sistemático, sino en un libro de pasión política que incorpora una concepción científica y realista del arte político.

III. Por un realismo popular

El sardo prioriza el análisis de las relaciones de fuerzas para desagregar determinadas coyunturas históricas. Como ya se dijo, va más allá del mero estudio del comportamiento de las fuerzas y su devenir, sino que piensa en una correlación de fuerzas en constante transformación, un equilibrio que es histórico y, como tal, cambiante, (Gramsci, 1980, p. 47). Por otra parte, también concibe, al igual que Maquiavelo piensa en el deseo colectivo de los hombres, a los actores políticos influidos por pasiones y representaciones del deber ser, lo que también debe ser tenido a la hora de analizar la realidad efectiva. 

Maquiavelo, en esta línea, hace una descripción certera de la constitución de la formación italiana de su tiempo y cómo debían operar las fuerzas políticas para ser eficientes y constituir una monarquía absolutista que pueda barrer los resabios feudales y las condiciones de atraso que imponían (Ibíd., p. 2). En consonancia con ello, este marxista italiano aporta un nuevo método con el que muestra la forma de entender las relaciones de fuerzas a través de distintos niveles, no como una mera tarea academicista de producción de conocimiento objetivo, sino más bien como un conocimiento que busca, siempre orientado en una idea de deber ser realista, la creación de una nueva fuerza colectiva que domine y conduzca al conjunto de las fuerzas sociales de la realidad efectiva hacia una transformación emancipatoria (Ibíd., p. 50).

Gramsci también piensa que en las líneas de El príncipe se traslucen las intenciones democráticas de Maquiavelo. Frente al hecho fáctico de la separación entre gobernados y gobernantes (Gramsci, 2020, p. 41) el interrogante que se abre es cómo estrechar el vínculo entre ellos. El florentino estaría buscando, al llevarle ese saber que ‘se practica pero que no se revela’ al pueblo, de forma que el conjunto del pueblo dé un consentimiento activo a la monarquía, pero apoyado en la transformación y elevación de la conciencia colectiva y su comprensión de la necesariedad de determinados medios para obtener determinados fines. Busca con ello la constitución de una voluntad colectiva para dar respaldo a un nuevo Estado que pueda orientar a las fuerzas sociales hacia una transformación histórica (Gramsci, 2020, p. 29-31). Cabe añadir que, como para Maquiavelo lo es la figura del monarca absoluto que se funda para darle una salida a la situación italiana de su época, el Príncipe no es aún un sujeto existente en la vida política, sino todavía un deber ser (Ibid., p. 21). La realización de este sujeto está por hacerse, pues se trata de una evocación, un llamado a construir esa voluntad colectiva, porque no existe aún en la realidad efectiva.

IV. Un león astuto, un zorro fuerte

Resultará de suma importancia a lo largo de los Cuadernos de la cárcel y de la obra del sardo en general, la representación dual de la política: el centauro, una criatura mitad hombre, mitad bestia. Expresada en un juego de pares dicotómicos, tales como la coerción y el consenso, la autoridad y la hegemonía, lo individual y lo universal, la táctica y la estrategia, Gramsci irá exponiendo la relación dialéctica entre esos términos. Paralelamente, en la relectura de Maquiavelo en clave de un realismo democrático también va a considerar al poder político dotado de esa doble naturaleza: con la fuerza del león y la astucia del zorro (Gramsci, 1980, p. 48; Gruner, 1999).

La tarea de llevar adelante una reforma de las ideas y los valores, es decir, una reforma político-cultural y económica que abarque a la sociedad en su conjunto para una forma superior de organización civilizatoria cae en manos no de un individuo, sino de un organismo colectivo. Nuevamente inspirado en la más famosa obra maquiaveliana, Gramsci (1981-2000, p. 12-15) afirma que el Príncipe Moderno es el encargado, en el contexto histórico de su tiempo, de efectuar un trastocamiento de la totalidad de las relaciones sociales mediante una reforma intelectual y moral, de forma que, suscitan las pasiones políticas de los hombres, les imprima su concepción ideológica del mundo, transformando la necesidad y la coacción en libertad (Ibid., p. 18). Aquel, dice este autor, será un órgano social complejo en el que se materialice la voluntad colectiva transformada de las masas a través de la acción política deliberada (Gramsci, 1980, p. 12), un partido político de masas de la clase obrera con poder de hecho (p. 112) que siente las bases para un nuevo tipo de Estado (p. 28), un Estado socialista.

Las concepciones del mundo, nos dice este autor, son una herramienta que sirve de contrapeso contra la vigencia de la realidad. Como consecuencia, no existe una realidad dada de antemano, inmune a los intentos de reformarla (Gramsci, 1980, p. 37). De esta manera, simultáneamente contra el determinismo que influyen en ciertas concepciones marxistas de su época, Gramsci se apoya sobre la idea de que los hombres toman conciencia de sí mismos y de las luchas que se libran en el mundo y se hacen partícipes de ellas en el campo de las ideologías, por lo que estas ideas, creencias y valores tienen en sí mismas una dimensión material (p. 42-45). La realidad efectiva también es tal por el efecto de realidad que tienen las apariencias, las representaciones activas que tienen los hombres de los hechos del mundo (Torres Castaños, 2005, p. 108-109). 

Es también en ese sentido que nuestro autor encuentra en la obra canónica del florentino un libro viviente: un análisis científico de la política fusionado con la ideología y las pasiones, que conforman el mito-príncipe y que busca convencer y crear una fantasía concreta que interpela las pasiones populares para suscitar una voluntad nacional-popular colectiva (Gramsci, 2020, p. 31-33). Como se dijo más arriba, este Príncipe Moderno con su fuerza mítica es el encargado de llevar adelante a una reforma intelectual y moral, una nueva educación política, mediante la que transforme la cosmovisión del pueblo de acuerdo con su propia concepción y sus intereses (Gramsci, 1980 p. 9-10). Este órgano social tendrá que despertar las pasiones de los hombres y articular elementos aparentemente discordantes para crear y enseñar medios adecuados a los fines para dirigirlos hacia sus intereses (p. 111).

V. Debate dentro del materialismo.

Gramsci también combatió contra ciertas concepciones que calaban dentro de la historiografía y la práctica política del marxismo de su época. En primer lugar, este autor se manifiesta en contra del determinismo histórico del Partido Socialista Italiano y de la III Internacional, el cual no buscaba un quiebre del régimen burgués, ya que este traía consigo el germen de su destrucción en la progresiva proletarización de la sociedad y cuyo régimen político (el parlamentarismo) se encargaría de transformarla en gobierno. En segundo lugar, también realizaba una crítica al economicismo y postulaba que la ciencia de la política marxista, algunos de cuyos elementos estaban ya presentes en Maquiavelo, concibe lo político y lo ideológico con una mayor autonomía de los fenómenos estructurales y no como una mera expresión mecánica, revalorizando el rol de la acción política voluntaria y resaltando el carácter de fuerza material de la ideología.

VI. Otras (re)lecturas de El príncipe

La lectura gramsciana de la obra de Maquiavelo representa una originalidad en sus términos, tratándose de un autor malinterpretado la mayoría de las veces. Este marxista italiano pudo extraer una nueva interpretación revolucionaria de quien se creía que otorgaba un conocimiento instrumental de las relaciones de poder para ser aplicado en la práctica política por quienes ya gobernaban. Esto queda más claro cuando establecemos contrastes, aunque también matices, con- las lecturas de Maquiavelo de otros autores que reflexionaron en un periodo cercano, pero desde corrientes distintas, tales como el filósofo Ernst Cassirer (1874-1945) y el historiador Friedrich Meinecke (1862-1954). 

Según el primero de ellos, los ejercicios de lectura que introducen sus propias concepciones históricas en las obras de los autores del pasado serían inadecuadas (Cassirer, 1968, p. 149). Eso es lo que identifica en el caso de las interpretaciones del pensador florentino, quien no estaba tan bocado en su principal obra a pensar el cambio o la transformación, sino más bien la estática. Lo que siempre vuelve a suceder en la historia, lo que en ella siempre se repite constituye el principal interés del conocimiento científico de la política: encontrar ejemplos históricos para poder predecir. Maquiavelo, en la visión de este filósofo, busca generalizaciones teóricas osadas, que van más allá de las problemáticas de la Italia de su tiempo (p. 149-151) y, sin ser un escolástico, logra formular una teoría científica. Además, dice Cassirer que “la teoría tiene que describir y analizar, no alabar y censurar” (p. 171) y, en esa línea, El Príncipe es más bien un libro técnico de la política que un tratado moral y de cambios cognitivos (p. 181). Maquiavelo, por lo tanto, ve en la política un conjunto de reglas de ajedrez, y enseña cómo adaptarse y diseñar las mejores estrategias, más no cómo cambiar las reglas del juego.

Ahora, él no buscó la simple separación de la moral y la religión de la política, sino que les quitó el carácter trascendental, perdiendo ambas su carácter de verdad absoluta y quedando subsumidas ahora bajo la razón de Estado (p. 164-166). El Príncipe, aislado de los principios éticos universales, debe velar por el bien común, pero su delimitación y la consideración de los medios para lograrlo recae nuevamente en la preservación de los intereses arbitrarios del Estado mismo. Un centauro cuya fuerza y consenso están en constante cambio.

Sin embargo, va a decir este filósofo alemán, Maquiavelo va a reintroducir un elemento irracional en su teoría política. Si los hechos políticos venideros se podrían anticipar, en el sentido de preparación a través de la historia, no se pueden predecir con exactitud y no se pueden regir por la razón. Allí, donde mengua la virtud de los gobernantes, aparece la fortuna, el límite de lo racional. Esa forma de hacer de la fortuna algo inmanente es donde Maquiavelo introduce el mito, y comienza a fallar la ciencia política de Maquiavelo.

A partir de lo expuesto, podemos encontrar una serie de contrapuntos en el autor que nos convoca. En primer lugar, la diferencia más evidente entre Cassirer y Gramsci es la consideración de Maquiavelo como un filósofo de la praxis, caracterización en la que se inmiscuye la concepción materialista del sardo. En ese marco, el florentino sí es un hombre de su tiempo, atravesado por el clima político de la época en la que escribe. Se trata de una obra, más que científico-técnica, que inaugura la ciencia de la política comprometida, ilusionada con la unificación y la transformación progresista de la Italia del siglo XVI. Este contraste se hace patente en el eje de afinidad que establecen los autores: mientras en Gramsci se establece el eje Maquiavelo-Marx, en el sentido del paralelismo entre dos filosofías de la praxis de la economía y la política y del compromiso político de los autores con la transformación, en Cassirer el eje será Galileo-Maquiavelo, relacionando la labor científica, teórica y predictiva de ambos. En segundo lugar, tras la constitución del Príncipe Moderno, este tiene el imperativo, el deber de transformar la moral y la conciencia vigentes del conjunto de la sociedad para crear las bases de un proyecto civilizatorio superior, utilizando la fuerza y consenso. Ello, siempre, basado en una nueva ética o idea de bien común, pero no independientemente de ella. En tercer y último lugar, y vinculado a lo anterior, el reconocimiento de la ausencia de una naturaleza humana a la vez que la consideración del carácter en parte pasional de ella. Con ella, religión, el partido y el Estado quedan estrechamente vinculados, y el mito pasa a tener un lugar primordial para suscitar y organizar las pasiones en una voluntad colectiva popular de cara a un cambio ético-político de gran alcance. Para Cassirer, la introducción del mito en Maquiavelo tiene que ver con cómo se lidia con la imposibilidad de hacer una teoría estrictamente predictiva de la política. 

Por su parte, el historiador de las ideas Friedrich Meinecke va a tomar una posición diferente a la del otro alemán. Aun reconociendo la subsunción de los valores cristianos universalistas a la razón de Estado en las líneas del florentino, este historiador considera que, frente al conflicto abierto entre el Estado y la moral, Maquiavelo buscará cerrar esa brecha revalorizando, siempre junto al lado racional y estimable de los fenómenos políticos, las pasiones, los deseos o los elementos vitales de los hombres, esto es, su lado irracional (Meinecke, 1959, p. 30-33). Asimismo, se halla también una valoración de la vida pública, lo común y la ambición de los fundadores de Estados. El Estado puede transformar y crear nuevos valores y organización a través de su poder coactivo, una vez liberado de la ética cristiana.

Con este historiador alemán, las elaboraciones de Gramsci van a encontrar mayor afinidad. La obra maquiaveliana estará, dice Meinecke, en sintonía con las problemáticas históricas de Italia: la construcción de formaciones estatales y la reducción de los elementos feudales y el choque de las ideas del cristianismo con el nacimiento de los Estados nacionales particularistas. También habrá en ambos una recuperación de los elementos pasionales, el alemán ligará a los impulsos vitales de los pueblos. Asimismo, en estos dos autores se reconocerá la posibilidad y la capacidad del Estado autónomo y secular para la renovación de las estructuras políticas y representaciones colectivas y la consideración del pueblo en los asuntos públicos, aunque en este punto el sardo va más allá de la mera razón de Estado, porque afirma que la participación popular en los asuntos públicos trastocará directamente la separación entre gobernantes y gobernados. Por otra parte, es evidente que Meinecke no está pensando al Estado como atravesado por una relación de fuerzas, sino que tiene una visión más autonomista.

VII. El centauro maquiavélico: Estado ampliado y Hegemonía.

i. La mediación consensual

La hegemonía en Gramsci, siguiendo a Gruppi, es la relación ideológica que mantiene la cohesión del bloque social a través de mecanismos consensuales. Una clase social dominante es hegemónica cuando es dirigente, a través de su práctica política e ideológica, sobre un conjunto de clases y sectores heterogéneos y contradictorios. Al mismo tiempo, mantiene su conflictiva unidad e impide que esas contradicciones estallen y generen una crisis representacional sobre la dominación de clase. La hegemonía de una clase sobre las otras se materializa como tal cuando los intereses de esa clase aparezcan como los intereses de toda la sociedad y la dominación de clase es aceptada (Thwaites Rey, 2007, 175-176), cuando se unifican la coerción y el consenso, asegurada fundamentalmente en la sociedad civil. Sin embargo, los elementos de dirección (intelectual y moral) y dictadura (aparato represivo) del Estado pueden variar entre una formación u otra dependiendo de la correlación entre fuerzas sociales y políticas (Ibid., 2007). La dominación de clase es hegemonía blindada por la coerción (Artese, s/f, p. 13). Se trata de una intensificación de los procesos de socialización y de participación política en instituciones políticas, como el parlamento y los partidos políticos, o corporativos, como los sindicatos, todos los cuales funcionan en conjunto como aparatos privados de hegemonía (Thwaites Rey, 2007, p. 141; p. 179).

En el marco estratégico de la política de occidente, para Gramsci, la filosofía de la praxis debe elevar el grado de conciencia de las masas hacia una concepción superior del mundo, desarrollando su capacidad para dirigir políticamente al conjunto de las fuerzas sociales, desarrollándose como contrahegemonía popular y oposición a la hegemonía burguesa (Ibid., 2007, p. 131). Frente a la hegemonía del Estado deberá erguirse, entonces, la contrahegemonía de las clases subalternas y producir un bloque histórico nuevo bajo su propia hegemonía política y cultural. En este proceso, las clases deben dar una batalla cultural, para la cual debe formar una capa de intelectuales orgánicos que transforman y unifiquen la conciencia, dándole un sentido superador a las nociones de buen sentido ya presentes en las clases populares, y que desintegran la ideología de sus adversarias (Ibid., p. 55). 

Esta reforma intelectual y moral llevada a cabo por el Príncipe Moderno, es decir, la realización del aparato hegemónico del proletariado debe transformar el modo de pensar de las clases subalternas. Ello implica lograr que desarrollen una visión consciente y crítica del mundo y con la que puedan transformar sus condiciones materiales de vida, ya que estas participan de la ideología que las clases dominantes le imponen según sus propios intereses. Es necesario que se hagan evidentes las concepciones implícitas en la práctica política de los distintos sectores y clases sociales (Gruppi, 1978, p 3-4). 

Sin embargo, la hegemonía de las clases dominantes no puede consistir solamente cuestiones representacionales, sino que también debe tener una base material, basada en la capacidad de hacer concesiones económicas que respondan a las demandas de las clases subalternas. Las clases dominantes debe, entonces, procurar un grado de desarrollo de las fuerzas productivas suficiente para elevar el nivel de vida de las masas e incorporarlas a la economía (Thwaites rey, 2007, p. 143-144).

ii. El Estado más allá de sí mismo. 

El proceso histórico que se abre en occidente a partir de 1870 marca la reconfiguración de las relaciones organizativas e internacionales que atraviesan al Estado. Por lo tanto, dice Gramsci, debe renovarse la concepción con la que se aborda una estrategia revolucionaria (Artese, s/f, p. 9; Thwaites Rey, 2007, 178). Este despliegue de nuevas relaciones de poder e instrumentos de dominación por parte de las clases dominantes de las formaciones occidentales implicaba el desarrollo de estructuras masivas del complejo de organizaciones de la sociedad civil para la generación de consenso y la estabilización de los conflictos sociales fundamentales, incluso en épocas de crisis orgánicas, en los cuales se ponen en cuestión las bases de esa misma dominación (Artese, s/f, p. 9-10). Así Gramsci introduce en el análisis de las relaciones de fuerzas la distinción del Estado entre oriente y occidente. A diferencia de un estado gendarme, basado primordialmente en la coerción como herramienta de poder en las formaciones sociales de oriente, el Estado ampliado en la sociedades de occidente democrático el elemento que media entre la sociedad y el Estado es todo ese denso y complejo entramado de instituciones que crean hegemonía a través del consenso de las clases dominadas, mientras la coerción sólo viene a suplir la falta de consenso durante la agudización de las contradicciones sociales y las crisis de autoridad (Ibíd., p. 10-13). Los partidos políticos, por ejemplo, pueden desempeñar un rol de estabilización y reforzamiento de la dominación, reforzando el rol de la burocracias civiles y militares durante una crisis de hegemonía (p. 19-20). De esta forma el Estado implicaría una compleja conjunción de la sociedad política (el conjunto de los aparatos de gobierno) con el conjunto de instituciones de la sociedad civil. 

El Estado es, además, el lugar donde se constituye la clase dominante y unifican y cohesionan sus intereses particularistas por sobre la competencia, mediante un complejo conjunto de aparatos (burocráticos, ideológicos, represivos) por el que, además, obtienen el consenso de las clases dominadas y amortiguan las contradicciones (Thwaites Rey, 2007, p. 133-134).

En las formaciones de occidente democrático, donde se han reconfigurado las relaciones entre la sociedad y el Estado, las superestructuras han sufrido un gran desarrollo que les otorgan una resistencia inusitada frente a los conflictos sociales producto de las debacles económicas. En otras palabras, en la reconfiguración de la dominación política en occidente, este denso entramado de relaciones sociales que se condensan en el conjunto de instituciones políticas hace que el Estado abarque más allá de los aparatos represivos hasta llegar a la sociedad civil (Ibíd., p. 139). Es por ello que el Estado capitalista puede crear fuerzas que blinden al régimen. 

Gramsci utiliza el lenguaje bélico cuando se refiere al abordaje estratégico de esa superestructura como una guerra de trincheras y casamatas. Estas nuevas circunstancias requieren una lenta y meticulosa acción de masas y del partido del proletariado, diferente a la que requirió la revolución bolchevique en oriente, en el que el Estado es además una trinchera de avanzada en la lucha contra la dominación política capitalista. 

VIII. Una reflexión a modo de conclusión. 

Los conceptos e ideas de Antonio Gramsci abordados en este acotado trabajo merecerían cada uno de ellos un tratamiento aparte, en primer lugar, porque nos ayuda a comprender fenómenos sociales y políticos hasta nuestros días y, en segundo por las innumerables interpretaciones abiertas por sus (re)lectores. Junto con ello, creemos que es valorable el trabajo de ubicar, ordenar y describir los trazos más básicos de los autores, para luego dar lugar a interpretaciones más profundas, complejas y exegéticas. 

En este trabajo se ha buscado identificar las principales líneas de reflexión gramscianas en torno al pensamiento de Nicolás Maquiavelo y su importancia para (re)pensar las prácticas teóricas y políticas de nuestro tiempo, tratándose de dos autores cuyas obras ya se consideran parte del corpus clásico de los estudios de la política y que han sido y aún son objeto de fructíferos debates. Como decía Miguel Abensour, la lectura que se efectúa sobre Maquiavelo implica (o más bien obliga a) un posicionamiento político (Torres Castaños, 2015). Extendiendo este razonamiento, también podemos pensar bajo esa óptica a la propia obra de Gramsci, cuya lectura-posicionamiento abre un parteaguas analítico y político. 

Podemos pensar que el trabajo de Gramsci alrededor de Maquiavelo se efectúa a través de un entrecruzamiento de estrategias de lectura entre la filosofía de la praxis del marxismo y el realismo popular presente en la obra del florentino. 

En el primer caso, se puede decir, siguiendo a Fernández D. (2020), que el sardo realiza un entronque revolucionario en clave leninista de la obra de Maquiavelo. En primer lugar, el análisis de las condiciones históricas y las relaciones de poder actuales para conocer cuál es la forma adecuada de transformación de esa realidad. El príncipe no sería tanto una obra de teoría científica con la que se hace un objetivo análisis de los elementos que operan en la realidad y de la cual pudieron servirse las fuerzas conservadoras, sino que sería una elucidación de los problemas concretos de la realidad italiana y con cual busca activar las fuerzas sociales para una transformación progresista de la historia. Maquiavelo realiza un análisis de la correlación de fuerzas histórica de la Italia del siglo XVI y, en función de ello, al mismo tiempo piensa cual es la forma política necesaria para la transformación de esas relaciones políticas.

En segundo lugar, la ausencia de una naturaleza humana preconstituida e inmutable. En Gramsci está presente la idea de que los sujetos, individuales y colectivos, no son esencias, sino que son un conjunto de relaciones sociales históricamente condicionadas. La naturaleza de cada uno de ellos va a estar dada en relación con el conjunto de fuerzas con el que entablen las luchas en cada época y sus correspondientes prácticas políticas y culturales, y será susceptible de ser transformada mediante la acción política voluntaria y consciente.

En el segundo caso, Gramsci retoma elementos innovadores con los que intenta una renovación de las concepciones marxistas de la época. En primer lugar, la remarcación o insistencia de la autonomía de lo político. Maquiavelo inaugura una nueva ciencia de la política a partir de la separación relativa entre esta y la moral y la religión. Ello mismo va a pensar Gramsci en torno a la autonomía de política y la cultura respecto de la economía en el marxismo ortodoxo, apuntando que no hay una relación de determinación directa de la estructura y superestructura y, por lo tanto, no hay una filosofía de la historia por la que la realidad progrese siempre hacia mejor. Esta ausencia marca la importancia que tiene la acción política voluntaria en los cambios y renuencia a la ideología fatalista de los partidos comunistas de la época. 

En tercer y último lugar, la presencia del deseo, las pasiones y las representaciones en la política. La importancia que otorga Maquiavelo a las apariencias y los deseos del pueblo también van a tener influencia en las líneas del sardo, ya que las ideologías y las pasiones tiene un peso material de relevancia, y deben ser articuladas en un sentido emancipador para una transformación social radical. 

En ese cruce el Príncipe Moderno, el partido político de masas de las clases subalternas, sería, entonces, una unión dialéctica entre el trabajo teórico y filosófico socialista y la práctica política revolucionaria del proletariado, de cara a la constitución de una contrahegemonía popular que perturbe las relaciones políticas, económicas y culturales que atraviesan al Estado, transformándolo en una herramienta de emancipación social. 

Para ampliar las líneas de este trabajo a futuro, sería interesante explorar los puntos en común, la influencia e incluso la recuperación de la lectura gramsciana de Maquiavelo en los autores provenientes del posmarxismo, tales como pueden serlo un Althusser tardío o Claude Lefort; del populismo como lo son Jacques Ranciere y Ernesto Laclau; incluso, como lo llama Torres Castaños (2015), el republicanismo oceánico de John Pocock; todo ello en clave de una historia intelectual que recoja las lecturas de unos sobre otros y sus debates a la vez que reponga su contexto histórico y político y las preocupaciones de esos pensadores. 

Bibliografía.

Artese, A. (s/f) «Ciencia política significa ciencia del Estado» Algunos pasajes de los Cuadernos de la cárcel en torno a la teoría gramsciana del Estado. Sociología Política (UBA), Cátedra Thwaites Rey.

Calvino, I. (1981) Por qué leer a los clásicos

Cassirer, E. (1968) Primera parte: ¿Qué es el mito? En El mito del Estado. Fondo de Cultura Económica.

Gramsci, A. (1980) Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno. Editorial Nueva Visión.

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Gramsci, A. (2020) Maquiavelo y Lenin. Notas para una teoría política marxista. Prologo y selección de Osvaldo Fernández D. Editorial Popular La Pajarilla. 

Gruner, E. (1999) La astucia del león y la fuerza del zorro. En Borón, A. (comp.) La filosofía política clásica. De la Antigüedad al Renacimiento. CLACSO.

Gruppi, L (1978) El concepto de hegemonía en Gramsci. Ediciones de cultura popular. 

Meinecke, F. (1969) Capítulo primero. Maquiavelo. En La idea de razón de Estado en la edad moderna. Instituto de Estudios Políticos.

Ouviña, H. (s/f) Aproximaciones a la vida y obra de Antonio Gramsci

Torres Castaños, S. (2015) Maquiavelo. Una introducción. Quadratta.

Thwaites Rey, M. (comp.) (2007) El Estado ampliado en el pensamiento gramsciano y Legitimidad y hegemonía. Distintas dimensiones del dominio consensual. En Estado y Marxismo. Un siglo y medio de debates. Prometeo.

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