“La hegemonía imposible: Veinte años de disputas políticas en el país de empate. Del 2001 a Alberto Fernandez” de Fernando Rosso.

Por Emanuel Balán

El título de Fernando Rosso (2022) ya nos avisa que no es discípulo de Schmitt y que será un texto político que repasa nuestra historia reciente. El director de La Izquierda Diario, que además escribe para publicaciones como Le Monde Diplomatique, Panamá Revista, el diario de Río Negro y Tiempo Argentino, realiza un interesante trabajo de analogías y doble sentido con formas de la cultura popular, provenientes en gran parte de la lírica musical, citas claras para cualquier contemporáneo argentino que nos amenizan constantemente la lectura.

El autor elabora una crítica fundamentada desde visiones gramscianas principalmente sobre el rol camaleónico del peronismo, la función de los sindicatos y las articulaciones con los llamados “movimientos sociales”, elaborado en forma de ensayo. El libro recorre los últimos veinte años de la historia política y social argentina, pero con la necesaria referencialidad y recupero de los años anteriores como el menemismo, su contexto internacional y algunos hechos fundantes de la historia argentina y mundial que, como politólogos o sociólogos, no debemos dejar de analizar para poder entender la realidad que nos contiene.

A lo largo de sus cinco capítulos, nos lleva a recorrer los primeros años del milenio en una Argentina al borde de la revolución socialista. Nos subimos en la primera estación y vemos que Portantiero es el chofer primigenio del tour: “la hegemonía imposible”. A bordo de su noción de empate nos dice por altavoz, en la parada con nombre homónimo, que: un “empate hegemónico” se da entre fuerzas que alternativamente son capaces de vetar el proyecto de las otras, pero sin recursos suficientes para imponer, de manera perdurable, los propios, sector predominante en lo económico pero que no puede proyectar un orden político que lo exprese. El recorrido inicia años antes del 2001, allí se realizarán las paradas técnicas necesarias para cargar la nafta que combustionará la historia del estallido.

En la segunda estación, todavía previa al 2001, cambiamos de conductor y sube un italiano de un metro cincuenta que trae consigo un copiloto alemán, el coordinador Fernando Rosso acostumbrado al micrófono por su programa radial “el círculo rojo”. Nos dice que el recorrido no es una fatalidad, sino una decisión de quienes veremos a lo largo del camino: sus artífices políticos. Desde que salimos, los sindicatos se cruzan de manera imprudente evitando que podamos doblar a la izquierda; hemos perdido la posibilidad de salir por esa vía y nuestro colectivo conducirá entre el centro y la derecha, pero nunca lo suficientemente a la izquierda.

Las vías de transporte están en construcción y mientras avanzamos se deciden las paradas y los trayectos, son los Kirchner los primeros constructores en este camino incierto y lleno de posibilidades, antes de verlos hay un cabezón que -nos previene Rosso (2022)- es de limpieza: “hará el trabajo sucio”. Los piquetes y movimientos sociales se van incorporando a este viaje, primero son chocantes y disruptivos, luego se convierten en parte del paisaje que Néstor y Cristina trazarán. Rosso nos anticipa que el chofer avizora las paradas de la “revolución pasiva” y Gramsci asiente con la cabeza. Todas las paradas tienen su soporte hecho por los sindicatos, pilares que disipan el calor.

Paradójicamente esa desmovilización, ese soporte disipador llamado “sindicatos” crea la base para el cambio. Los cuadros de movimientos sociales y piqueteros también son parte del museo “Estado” de nuestra carretera. Los abogados son reemplazados por un ingeniero: Mauricio Macri, esta parada nos habla de un presidente que no fue. Las calles se vuelven una gran multinacional y la planifican los CEOs. El viaducto de la pobreza y del descontento social tiene clausurada su salida por el fin revolucionario que tanto espera nuestro coordinador, años de desmovilización impidieron su traza original, aunque también la parada 2017 impuesta por los vecinos de “La Argentina” hace que el camino no se desvíe hacia la derecha todo lo que hubiera querido el Ingeniero.

Ya estamos llegando al final del recorrido y bajamos en la estación “peronismo para la moderación”, Rosso (2022) nos advierte que no compremos en el kiosco “correlación de fuerzas”, es una trampa y unos de los conceptos culpables del viaducto frustrado.

Luego de este entretenido tour del que bajamos convencidos de las causas que evitaron una revolución desde abajo, “hecha por los que no tienen parte”, podemos explorar hipótesis y alternativas que Rosso no pondera y que matiza para que se resbalen como agua entre los dedos. ¿Por qué el dirigente de izquierda resalta a los sindicatos y al peronismo como los mecanismos propios del Estado burgués? Son -según su texto- las trincheras necesarias para que la situación de las masas mejore temporalmente sin cambiar de fondo.

El texto (2022), que es de por sí un análisis inteligente y una herramienta útil para cualquier politólogo que quiera leer los acontecimientos del período 2001-actualidad, arma su entramado, base y justificación en los primeros dos capítulos para luego confirmarlos en los siguientes. Para esto, el autor primero define una última revolución pasiva, la acontecida en 2001 entre dolarizadores y devaluadores, como un hecho específico de ese momento dejando de lado la definición revolucionaria intrínseca a la burguesía retomada por Gramsci, que es una constante lucha entre quienes manejan los Estados, pero que es olvidada por Rosso. Es por eso por lo que durante la lectura podríamos pensar algunas claves como: ¿por qué la facción de la burguesía neoliberal que domina el mundo no ha penetrado lo suficiente en la sociedad civil argentina, como sí lo ha hecho en países como Chile, Brasil o Colombia? ¿No es en parte gracias al movimiento peronista? Esas ideas de un Estado presente que debe ocuparse de la educación y la salud, aunque con un sentimiento individualista del mérito, que tienen arraigo en las construcciones que se dan desde finales del 45’. Una trinchera de larga data que persiste pese a las múltiples derrotas.

Otro punto interesante de crítica es cuando el autor (2022) retoma varias intervenciones de diferentes autores, como la que hace de Guillermo O’Donnell donde hace énfasis en la composición y la singularidad argentina en comparación con otros países del continente latinoamericano, pero son menciones que no se llegan a profundizar y que luego el en transcurso de su libro se diluyen. ¿Cuál puede ser una lectura latinoamericanista de las conclusiones y hechos que marcaron esas dos décadas? ¿Cuáles son las particularidades europeístas de nuestro país que no posee un “problema del indio”?

También hay una crítica a Juan Carlos Torre que evidencia la tendencia ideológica de Fernando Rosso y que este la define de pobre orientación: “visto en perspectiva histórica, el país es un verdadero cementerio de ambiciones hegemónicas”. Aquí el periodista de La Izquierda Diario se basa más en un deseo que en los hechos de la praxis para tomar partido, en un objetivo lejano y propio de las utopías más que de los acontecimientos.

Caracteriza hechos como los del 2001 como de gran política y a las movilizaciones del 2018 contra la reforma jubilatoria como rebelión desde abajo; a mi parecer peca de inocente, de quien rehúsa una “pobre orientación”, debido a un sesgo ideológico y no a un intento de entender esos hechos. La necesidad de un culpable en el peronismo y los sindicatos (mayormente afines a este movimiento) lo fuerza a estos análisis que se empobrecen con una “orientación rica”. En su texto se puede observar cómo la sociedad civil es usada como justificación a ciertos acontecimientos e ignorada en otros. Cómo los culpables de frenar la revolución son el fatalismo del día después, pero su parte intrincada en las trincheras no tienen nada que ver con los acontecimientos del 2001. Si seguimos el razonamiento de Gramsci en nuestras sociedades ya no existe un “oriente feudal”, son todas estructuras complejas que soportan el arriba que se revoluciona constantemente en la pasividad. El movimiento sindical y el peronismo poseen estas características que le dan los años de construcción, los oleajes como diría Linera que ya hicieron sedimento, sino no hay nada que se construya y son todas expresiones espontáneas de la masa deforme y heterogénea. Aunque su crítica tiene grandes aciertos y una mirada muy lúcida, deja a la pluma los vicios de realidades fantásticas que no son fatalidades únicamente, sino una guerra de posiciones de larga data y con un enemigo que no vive en casa y el cual sólo posee mercenarios locales no empatizados con ninguno de los intereses más que los propios que oscilan, parafraseando a Capusotto, entre una férrea defensa de sus tierras que odian y una cultura importada que les es ajena.

Leer este libro es una tarea necesaria para los que analizamos la política, los usos de Gramsci son una práctica vigente que nos permite buscar y analizar los lugares donde las vanguardias fallaron, no estuvieron a la altura de su historia o no quisieron ir más allá de la comodidad del Estado de bienestar generado, no por un deseo genuino del capital de mejorar las condiciones, sino de uno asustado de perder sus privilegio, y que acorralado tira dádivas para calmar los reclamos, y así poder tener la oportunidad de volver arremeter y explotar a los pueblos de la forma más descarnada posible.

 


Bibliografía

  1. Rosso, Fernando (2022). La hegemonía imposible: Veinte años de disputas políticas en el país de empate. Del 2001 a Alberto Fernandez. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Capital Intelectual. ISBN 978-987-614-649-4

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