El gobierno de Jair Bolsonaro y los grupos evangélicos

Por Victoria Fernández Battaglini

Abstract: 

   Durante los últimos años hemos presenciado en algunos países de América Latina el colapso de las izquierdas junto con el avance de las derechas. Este proceso no es solo electoral. Muchos de los gobiernos considerados de izquierda han estado involucrados en casos de corrupción y han sido afectados por campañas de hostigamiento judicial y mediático las cuales han tendido a volver indistinguibles el vínculo izquierda/populismo y corrupción y al mismo tiempo estos hechos le han otorgado espacio a las nuevas derechas. Por otra parte, podemos identificar a diversos grupos y actores sociales que se inmiscuyen en la política y le dan herramientas a las derechas para incrementar su poder electoral. Por esto, me propongo contar cómo las derechas brasileñas, y más precisamente Bolsonaro, han logrado hacerse con el poder en Brasil consiguiendo el apoyo de grupos evangélicos que, a su vez, sostuvieron dicho apoyo durante su mandato.

Palabras clave: grupos evangelistas – Bolsonaro – poder electoral – izquierda – derecha

Introducción

La construcción de la hegemonía que se sostuvo hasta fines de los 70 en la región latinoamericana, según Toer (2015), fue la de los gobiernos populistas basados en Getulio Vargas (Brasil), Lázaro Cárdenas (México) y Juan Domingo Perón (Argentina). Según este autor, el populismo tendría que ver con el intento de construir un proceso de crecimiento económico sustentado en un desarrollo industrial por sustitución de importaciones. Esta sustitución iba a estar determinada por los mercados internos de cada país. Además, se buscaba incorporar a los sectores populares a dichos espacios. El acontecimiento histórico que permite esto, según el autor, es la Primera Guerra Mundial. ¿Por qué? Porque condicionó la estrategia militar y la mentalidad de los “hombres de armas”, quiénes van a jugar un rol importante en el populismo. 

Este cambio de mentalidad y de defensa ante el enemigo produjo que se planteara que aquel que no cuente con una industria nacional fuerte, no pueda tener una política de defensa. A su vez, en los años 30, hay un cambio en el sistema de regulación y se llevan adelante políticas que conducen al Estado de Bienestar que tenían un fuerte componente social y un sistema progresivo de impuestos por el cual se financiaba. 

Ahora, ¿cómo influyen estas políticas en Brasil? ¿Es la estrategia militar la que cumplirá un rol importante durante el varguismo? 

La República Velha, el Estado Novo y la República Nova

Según Waldo Ansaldi (1995), a la historia política brasileña podemos dividirla en cuatro períodos relevantes a partir de 1889. El primer período que identifica el autor es el de la República Velha, que abarca el período de 1889 a 1930 y tuvo un tinte de prácticas políticas elitistas donde predominaba la dominación oligárquica. En segundo lugar, Ansaldi plantea el período de la política de masas, que abarca de 1930 a 1964 con la distinción entre el Estado Novo (1937-1945), un período más autoritario, y un segundo período más democrático, que abarca de 1945-1964, donde este es caracterizado por el populismo. El tercer período que distingue el autor es el de la dictadura militar que abarca desde 1964 a 1985, y por último, el cuarto período, caracterizado por la construcción de la democracia política, que abarca desde 1985 a 1994. Los períodos a analizar brevemente en los antecedentes históricos serán los de la República Velha, el Estado Novo y el período democrático de la República Nova. Aquel período posterior a la dictadura, será analizado en las reformas estructurales. 

Según Ansaldi (1995), La República Velha sustentaba su funcionamiento sobre las elites locales que obtenían su riqueza mediante el modelo exportador de materia prima del café, de Sao Paulo, y de productos lácteos, provenientes de Minas Gerais. A su vez, las fuerzas armadas cumplían el rol de agentes estabilizadores de la Nación. Durante la crisis de 1929, sucedieron problemas en la élite por la baja demanda internacional del café y la ausencia de créditos provenientes de Estados Unidos. 

Hacia las elecciones de 1930, se designó como candidato oficialista a Júlio Prestes, de Sao Paulo, mientras que la oposición designó a Getúlio Vargas. La elección de 1930 concluye con Prestes victorioso. Sin embargo, tanto Vargas como sus seguidores partidarios elevan su queja sobre un presunto fraude y, con apoyo militar, se inicia la Revolución de 1930, que culmina con Vargas derrocando al régimen de Prestes y con ella, a la República Velha. 

El gobierno provisorio que se constituye en torno a Vargas, según Toer (2015), “evidencia la ausencia de un programa previo y apenas emerge parcialmente su contenido nacionalista” (p. 60). Según el autor, Vargas tuvo la habilidad de apoyarse en la derecha y el ejército para derrotar a la Alianza Nacional Libertadora. A su vez, cuando Salgado le reclama el espacio que él suponía que le correspondía por la derrota de la izquierda, Vargas le hace saber que eso no va a suceder. Es así que, según el autor, Vargas logra despejar su camino para luego recurrir a la formación del Estado Novo en 1937. 

En términos de Ansaldi (1995) 

El Estado Novo puede interpretarse como una revolución pasiva o revolución-restauración. Y en tal perspectiva, ese Estado cumple lo que Gramsci llama funzione piemontesa, según la cual el proceso de transformación es conducido por un Estado que sustituye y dirige a clases o grupos sociales. Esa función refuerza al Estado, en detrimento de la sociedad civil, y privilegia el uso de la dominación, incluso dictatorial, por sobre la dirección o hegemonía. (p.87 y 88). 

Para el autor, lo que genera Vargas con el Estado Novo es eliminar la necesidad de cuerpos intermediarios entre el pueblo y el gobernante. Por lo tanto, establecía una relación personal entre él (Vargas) y el pueblo trabajador, quien era entendido como una persona colectiva. 

Hacia 1944, en paralelo a la Segunda Guerra Mundial, el Estado Brasileño se alinea a las bases estadounidenses y se funda la defensa del corporativismo. Según Ansaldi (1995)     “El corporativismo democrático brasileño debía ser construido por la compatibilización de un Estado fuerte con un individuo libre; de una política de protección al trabajo con una política de defensa del capital” (p. 89). 

Así, para el autor, Vargas establece el poder del Estado como institución por esto,  la mediación con la sociedad prescinde de los partidos políticos y, si bien apela a instancias corporativas, se ejerce mediante el formato de representación estatista. Sin embargo, a partir de 1943, comienza a suceder un descontento social y se elevan demandas de mayor democratización política. En 1944, instituciones de la sociedad civil intensifican los reclamos por la democratización política y, a su vez, reaparecen los partidos políticos como expresión de la mediación entre la sociedad civil y el Estado. Así, Vargas termina cediendo y alienta dos formaciones políticas afines a sus posiciones, el Partido Trabalhista Brasileiro, creado a partir de la estructura sindical corporativa, y el Partido Social Democratico. Sin embargo, Ansaldi (1995) plantea que a pesar de las acciones llevadas adelante dado el levantamiento social, Vargas no puede resistir la presión opositora, a la que se suman las fuerzas armadas, y el 25 de octubre de 1945 renuncia a la presidencia. De esta forma, cae el Estado Novo, pero el prestigio político de Getulio se multiplica. En 1950 volverá por la vía de las elecciones y gobernará hasta 1954, cuando se suicida. Durante el período de la República Nova se decreta una nueva Constitución (1946) y se restauran los derechos individuales. Este período se caracteriza por la democratización y el desarrollismo.

Reformas estructurales, hegemonía neoliberal y avance del evangelismo

Posterior a la dictadura militar brasileña, además de la Reforma Constitucional de 1988, comenzaron a suceder una serie de reformas neoliberales. Según López y Díaz Pérez (1990), a fines de los años setenta, la edad de oro del capitalismo que había operado en los últimos 20 años entraría en crisis y su perfecto círculo virtuoso en términos de altas tasas de ganancia, mantenimiento del pleno empleo y el rápido crecimiento en la inversión se verían suspendidos. La tasa de ganancia era cada vez más baja y junto con ella el interés de los empresarios por la inversión caía. Así, la crisis en el régimen de acumulación terminaría por detonar un proceso inflacionario en las principales economías del mundo, llevando al proteccionismo de estas mismas y al planteamiento de una nueva alternativa que miraría de manera negativa a la intervención estatal presente en ese momento, intervención que conocemos como Estado de Bienestar. Por esto, comienza el desarrollo de tendencias recesivas, de flexibilización laboral y el recorte de la intervención del Estado en la economía. Este suceso impactaría en la región latinoamericana justamente 10 años después, construyendo una nueva hegemonía basada en las ideas neoliberales que ya se habían instalado desde la crisis de los años setentas. 

Frente a los acontecimientos mencionados previamente, sucedió que, según Juan Carlos Torre (1998), se llevaran a cabo una serie de reformas estructurales en el continente, orientadas a la reducción del Estado en la economía y la redefinición de las relaciones entre las economías nacionales y el mercado internacional en favor de una mayor integración. Así, los presidentes de los diferentes países del continente comenzaron a analizar una serie de reformas guiadas a las transformaciones en favor de la acumulación monetaria y el fortalecimiento de la competitividad internacional. Estas reformas se encontraban enfocadas en la privatización de los servicios, la desregularización del Estado como garante de lo económico y lo social y, por último, la flexibilización del mercado laboral, trayendo como consecuencia el aumento del subempleo y desempleo en la región. Torre (1998) señala que en realidad más que hacer una serie de propuestas sustentables, u objetivamente pensadas para el contexto de la crisis, las reformas estructurales simplemente fueron una alternativa bien “posicionada” ante las demandas y las necesidades que trajo consigo la crisis. A su vez, lejos de resultar finalmente como un proceso efectivo, estas reformas tendrían consecuencias devastadoras para el continente; su falta de eficiencia en el planteamiento del modelo neoliberal y sus políticas implementadas en la región desde los ochentas, traería resultados altamente negativos como el aumento de la pobreza, el desempleo y la desarticulación misma del Estado como garante de las problemáticas sociales. 

Por esto, las características de los procesos de cambio del siglo XXI podemos empezar a notarlos, según Torre, a principios de los 90. La orientación de la política económica apuntada a la racionalización y reducción del papel del Estado en la economía. ¿Cómo se llevó adelante en Brasil? Según el autor Brasilio Sallum Jr. (2003) el gobierno de Collor de Mello confirmó la inflexión liberal. Este contribuyó a dañar la institucionalidad nacional-desarrollista y redirigir la sociedad brasileña en un sentido antiestatal e internacionalizando. A su vez, fueron desreguladas ciertas actividades y la privatización de empresas estatales que no estaban protegidas por la Constitución, con el fin de recuperar las finanzas públicas y reducir gradualmente el papel del Estado en el fomento de la industria nacional.

Según Sallum Jr. (2003), las medidas dispuestas supusieron descartar la estrategia de desarrollo anterior, cuya intención era construir una estructura industrial completa e integrada, utilizando al Estado como escudo protector frente a la competencia extranjera y como palanca del desarrollo industrial y de la empresa privada nacional. Para estabilizar la moneda, mediante el Plan Collor se congelaron precios, confiscados provisionalmente y reducidos en parte de la riqueza financiera de las clases media y empresarial. Así, además de lograr la riqueza material, amenazaba la seguridad jurídica de la propiedad privada. Según el autor, en el ámbito internacional, Collor también tuvo dificultades. Esta estrategia contribuyó a debilitar aún más el apoyo de la élite económica y alentó al gobierno de los Estados Unidos a oponerse a él y proteger su sistema bancario. 

Así, Collor de Mello, fue acusado por corrupción dentro del gobierno. Después de ser investigado y procesado por el Congreso, renunció a la Presidencia de la República para evitar la acusación. 

Retomando brevemente a la Reforma Constitucional de 1988 mencionada previamente, podemos establecer que la participación de los grupos evangelistas en la política brasileña fue en aumento como así su población (Infobae, 2020). Los datos proporcionados por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística y proyecciones de José Eustáquio Alves, establecen que el aumento demográfico de dichos grupos entre 1940 y 1980 era de un promedio del 1% cada diez años, mientras que solo entre 1980 y 1990 creció casi un 3%. A su vez, estuvieron activamente en la administración de Lula da Silva, cuyo vicepresidente en ambos mandatos, José Alencar, era evangélico. Pero de ello hablaré más adelante. 

Procesos de cambio del siglo XXI: el giro a la izquierda

Como consecuencia de las reformas estructurales neoliberales aplicadas en la región, produjo que para la década de los 2000 se diera un giro a la izquierda. Las medidas neoliberales traerían consigo ya no la necesidad de las privatizaciones sino la vuelta de un estado presente que articule las demandas sociales y la integración misma del desarrollo del país.

  Así, según Laclau (2006), se da la aparición de una serie de demandas individuales que no fueron resueltas por el modelo neoliberal y, que a medida que aumentaba la tensión por la falta de respuesta, se irían construyendo redes de solidaridad que terminarían por convertirse en demandas equivalentes, ya no reclamadas desde individuos solitarios, sino desde un pueblo que se une para crear una red de equivalencias que serán contestadas finalmente  por un líder político qué se presentará cómo el representante de dichas demandas, como fue el caso de Lula da Silva en Brasil. Varios autores debaten sobre los populismos en América Latina, para Paramio (2006) hay 2 tipos de izquierda, una buena (Brasil) y una mala (Venezuela, Bolivia y Ecuador) según el autor esto dependerá según el grado de institucionalización que los partidos políticos tengan en cada país. En dónde haya una alta  institucionalización se desarrollará una izquierda democrática, en cambio, en aquellos lugares en que los partidos no estén consolidados fuertemente en la sociedad, se dará espacio para que la división social que conlleva el planteamiento del populismo pueda llegar a quebrantar los lazos sociales a consecuencia de la gran polarización causada. En relación a la idea planteada por Paramio, Ramirez Gallegos (2006) señala que hay mucho más que dos izquierdas en América latina. La existencia de una multiplicidad de izquierdas depende de dos variables: sus votantes y los movimientos sociales. Por esto, para el autor, el tipo de izquierda dependerá del contexto y desarrollo de cada país. 

Por último, Marco Aurelio García (2008), afirmará que se pueden encontrar distintos procesos en el desarrollo de la izquierda en el continente. Por un lado, en el cono sur se situaran aquellos países que ya habían tenido una identidad nacional popular en su pasado, los cuales vivirían una “época de cambios” con la llegada del giro a la izquierda, mientras que, los países de la región andina, vivirían un “cambio de época”, con la irrupción de los primeros gobiernos nacionalistas y sus reformas constitucionales.

Lula da Silva, quien asumió en 2003, fue quien dió el “giro a la izquierda” en Brasil. Según Perry Anderson (2011), el éxito de Lula se debe en gran parte a un conjunto excepcional de dones de su personalidad, “donde concentra una mezcla de cálida sensibilidad social y frío cálculo” (p.2). A su vez, la construcción de su imagen fue esencial. Él, viniendo de la miseria más profunda de Brasil y su ascenso de trabajador en la planta de producción a líder del país. Por otra parte, lo que lo hizo posible fue la insurgencia más notable del sindicalismo del último tercio de siglo, creando el partido político moderno de Brasil que se ha convertido en el vehículo de su ascenso, el Partido de los Trabajadores. 

Según Carmen Rial y Milton Rondó Filho (2004), este llevó adelante programas de transferencias de ingresos, reforma agraria, participación de la sociedad civil, política exterior, etc. Con dichas políticas promovió, el Programa Fame Cero vinculado a la asistencia a sectores muy empobrecidos, trabajó estrechamente con los grupos de la sociedad civil y un desarrollo en política intencional vinculado a la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y Derechos Humanos. 

Como bien dije antes, Lula estuvo en su primer y segundo mandato acompañado en la vicepresidencia por un evangelista. Esto es importante plasmarlo porque hoy día pecamos en decir que los grupos evangélicos solo siguen a Bolsonaro por el hecho de ser un grupo mayoritariamente conservador. 

Según Joanildo Burity (2020) desde 2002 hasta aproximadamente 2015, los pentecostales estuvieron, efectivamente, aliados con una coalición nacional de centroizquierda junto con Lula da Silva y Dilma Rousseff. Sin embargo, la posición de los pentecostales jamás estuvo tan alineada con el marco de esa coalición nacional y se distribuía entre diferentes partidos y bloques electorales de forma mucho más desigual y a gusto con evaluaciones coyunturales. Así, vemos cómo algunos líderes mediáticos, como el pastor Silas Malafaia que dirige la Asamblea de Dios Victoria en Cristo, se convirtieron en maestros del aprovechamiento de este poder en la política. 

Cambios políticos e irrumpe de la pandemia: los grupos conservadores más cerca que ayer pero menos consolidados que en los 80’

Para el año 2015 aparecía un nuevo clima en el territorio con la consolidación de una nueva derecha en América Latina, suceso que para muchos señalaba el fin de ciclo de la izquierda, pero, que según Montero y Collizzolli (2016) solo sería  el proceso de una disputa hegemónica de final abierto. 

Actualmente el público se forma a través de fuentes de información directa y la manera de hacer política está cambiando, la oleada de las nuevas derechas vienen con un discurso de organización y movilización de odio y conspiración hacia la definición de un enemigo al cual enfrentar; un claro ejemplo de esto es Bolsonaro contra las personas que cobran bonos sociales. Además, líderes políticos de esta línea han tomado como inspiración discursos racistas y xenófobos altamente agresivos, como Trump. El gran problema radica en dos puntos principales. El primero de ellos está en la nueva forma de acceso a la información sin mediaciones, que posibilita una gran manipulación, pues las personas son cada vez menos críticas frente a la información que reciben. Por ejemplo, en Brasil, podemos encontrar, según Goldstein (2020) que las redes sociales han permitido una comunicación directa y se sumaron al “fenómeno de comunicación de masas de los tele-evangelistas, pastores que se han convertido en estrellas mediáticas con audiencias de millones”. (p.23).  La izquierda, en cambio, no construye esos espacios. Segundo, García Linera (2021), establece que por la incomprensión en el progresismo de su propia obra y la tardanza en la articulación entre el trabajo, el Estado y el capital dieron paso, desde el 2015, al regreso parcial del neoliberalismo. En Brasil, por ejemplo, estos actores de perfil conservador suelen construir instituciones como la Iglesia o templos donde llevan a la gente o simplemente se acercan y de esa manera las hacen sentir parte de algo. Sin embargo, éste no duró mucho y, como consecuencia, se produjo la segunda oleada progresista en 2019.

La conclusión a la que llega el autor es que hoy ni el neoliberalismo logra superar sus contradicciones para volver, ni los progresismos logran consolidarse hegemónicamente. Esto construye un escenario de victorias y derrotas constantes entre dichas opciones donde las sociedades apostarán a la salida que sea necesaria para romper con la indefinición de horizontes productivos duraderos. 

Esther Solano Gallego (2016) establece en su artículo que el impeachment a Dilma es un hecho crucial para el PT y las izquierdas brasileñas, dado que llevó al final “una etapa de desconexión con los sectores sociales que dieron origen al partido (PT) y de desgaste entre la ciudadanía, en medio de escándalos de corrupción que involucran a todos los partidos(…)” (Gallego, 2016: artículo). Esto contribuyó al descontento social y al auge de partidos mayormente conservadores o grupos que son parte de la política brasileña pero también de la vida cotidiana, como los evangelistas. 

Joanildo Burity (2020) establece que a partir de 2014 se produjo un quiebre con el perfil que sostuvieron los grupos evangélicos durante los mandatos de Lula y Dilma. Estos grupos comenzaron a asumir un perfil de mayor confrontación “(…) con la agenda de ampliación de los derechos de las minorías y las políticas públicas demandadas por aquellas. (…) creciente confrontación con las pautas de justicia de género, derechos sexuales y reproductivos, protección de las comunidades LGBTQIA+ y promoción de la igualdad étnico racial” (p.5). Pero, lo que también remarca el autor es que tuvieron tres temas en agenda que eran constantemente alzados. Por un lado, agenda moral, por otro, la posición anti minoritaria y por último, las posiciones ultraliberales en economía que no correspondían al perfil pentecostal hasta entonces construido.

Ahora, en torno a lo sucedido durante el proceso electoral de 2018, para Burity (2020) es claro que dadas las posturas que comenzaron a tomar estos grupos evangelistas a partir de 2014, en dichas elecciones se dió el alineamiento de los grupos pentecostales con un campo de derecha que se armó en el nivel social y político. Ahora, este alineamiento no fue fácil ni directo, dado que no hubo una alianza pro-Bolsonaro desde un comienzo. Para el autor “esto muestra el pragmatismo y las dispares evaluaciones políticas que distintos grupos pentecostales hacen en sus decisiones estratégicas” (Joanildo Burity, 2020: 11). 

El autor establece que no fue hasta una semana antes de las elecciones que el líder máximo de la Iglesia Universal del Reino de Dios, el obispo Edir Macedo, declaraba su apoyo a Bolsonaro. Por lo tanto, lo que nos clarifica lo establecido hasta el momento es que los grupos evangélicos tienen una clara posición en cuanto a la familia, derechos que se les otorga a las mal llamadas minorías (afrodescendientes, colectivo LGBTIQ+, etc) y una afirmación incuestionada del neoliberalismo en economía, lo que los torna conservadores. Sin embargo, esta postura no necesariamente los alinea directamente con Bolsonaro ni los deja exentos de la participación en conjunto con los partidos de izquierda como el PT de Lula y Dilma. 

“En un comentario a una encuesta nacional de Datafolha hecha con anticipación al proceso electoral de 2018, Cunha advirtió que sólo el 19% de la gente entrevistada sigue la opinión política de su líder religioso, aunque para “los evangélicos” la cifra sube al 26% y al 31% entre “los neopentecostales”. Sólo el 9% de esas personas declaró haber votado por un candidato indicado por líderes de su religión. Frente al escenario electoral de 2018, 32% de los evangélicos apoyaban a Lula, contra 21% a favor de Bolsonaro y 17% a favor de la pentecostal Marina Silva” (Joanildo Burity, 2020: 12). 

Con estos datos, entonces, terminamos de plasmar lo que sucede entre los practicantes y seguidores evangélicos en cuanto al voto conservador o de izquierda. 

Sin embargo, Goldstein (2020) plantea que durante el gobierno de Bolsonaro, hubo actores específicos de la bancada evangelista que funcionaban como intermediarios en el gobierno y “las bases populares evangélicas”. Donde, a su vez, cumplían un rol muy importante en el Congreso brasileño. El autor establece que “la formación del Frente Parlamentario Evangélico se produjo en 2003. Con el tiempo, el FPE fue eligiendo a políticos que tuvieran conocimientos en derecho para usarlos en el plano legislativo en favor de la agenda promovida por este frente parlamentario” (Goldstein, 2020: 6). Un ejemplo de esto podemos encontrarlo en la nota de laicismo.org  donde establecen que 

En un contexto de “crisis de valores”, el Frente Parlamentario Evangélico pide literalmente “una revolución en la educación” y “modernizar el Estado”, pero esa “modernización” pasa por eliminar los ministerios de Cultura y de Ciencia y Tecnología, así como lo que llaman ideología de género que, según ellos, fomenta la homosexualidad, el aborto y amenaza a las familias tradicionales, acabar con el adoctrinamiento marxista e instaurar una institución que vigile la enseñanza moral”. (César Pérez Navarro, 2018: artículo)

Lo que podemos notar, en palabras de Goldstein (2020), es que el bloque parlamentario evangelista posee una agenda propia. Donde, si bien tiene que negociar con distintos líderes políticos por una cuestión de supervivencia, marca su independencia. 

Al mismo tiempo, el autor plantea que las denuncias de corrupción y el Lava Jato, llevaron a que la bancada evangélica se apropie del discurso anticorrupción, extendiendo la moralización a distintas áreas. Así, los líderes políticos evangélicos actuaban desde una dimensión moral como intermediaria, marcando una unión con el conservadurismo y el neoliberalismo. 

Estos discursos tendrían un peso muy grande en el Congreso brasileño, dado que para 2018, el Frente Parlamentario Evangélico, o bancada evangélica, contaba con 199 bancas en Diputados de los 513 que componen la cámara y 4 Senadores de los 81 que la componen.

Por otro lado, los templos tienen mucha influencia en la ciudadanía y son el nexo entre aquellos políticos evangelistas. Lamia Oualalou (2019) establece que “En varios templos, el PT es presentado literalmente como Satanás, aun cuando en 2014 Rousseff estuvo presente en la inauguración del enorme Templo de Salomón, de la Iglesia Universal del Reino de Dios” (p.5).

Por otro lado, Pablo Seman (2022), comenta en una nota para La Nación, sobre el discurso que Bolsonaro tuvo durante la pandemia. Él, muy apegado a la “teología de la prosperidad” donde su mayor objetivo era la protección económica. A su vez, afirmaba que los brasileros tenían una fuerte “resistencia biológica” que los hacía imbatibles. Esto puede ser vinculado a la idea de la estética de la valentía, planeta Seman. Y ¿qué tendrá que ver con los grupos evangelistas? Bueno, los grupos evangelistas acompañaban estas medidas adoptadas por Jair. Él y el obispo, Edir Macedo, sostenían que la pandemia era una invención de los medios de comunicación dominados por la izquierda global. Al mismo tiempo, como consecuencia de estos discursos, Bolsonaro fue fiel a sus ideas y  no tomó medidas de restricción de personas en varios templos evangelistas en plena pandemia de Covid-19. Iglesias como la Universal del Reino de Dios, de Edir Macedo, la Asamblea de la Victoria de Dios en Cristo, de Silas Malafaia, y la Iglesia Mundial del Poder de Dios, de Valdemiro Santiago, todas con capacidad para miles de personas en sus templos, continuaron abiertas y exponiendo a la gente a posibles contagios por Covid-19 (LaMalaFe.lat, 2020).

Claro está, las decisiones tomadas por Bolsonaro en cuanto a lo económico y lo religioso eran necesarias para compensar la pérdida del apoyo de la mayoría de los Estados. Sin embargo, no quita la legitimación y el poder que les otorga a estos grupos evangélicos al jugar su juego. 

En sintonía con su marido, Michelle Bolsonaro sostiene el mismo discurso de Dios que, incluso, llega mucho más a la ciudadanía dado el tipo de sermón que utiliza, ya que es más ameno que el de Jair Bolsonaro. Goldstein (2021) en su artículo sobre “Bolsonaro y los políticos evangélicos” describe cómo logra mayor convicción en la ciudadanía retomando las palabras de la primera dama ante el atentado contra Jair: “El Señor ha puesto paz en nuestros corazones. Lo que sería una muerte, se convirtió en un milagro. Rescató el patriotismo, rescató una nación, despertó una iglesia que oró por su recuperación.” Podemos notar entonces cómo enfunda la imagen divina de Dios en Jair y al mismo tiempo en la nación. Logrando así una analogía de Bolsonaro con la Nación. 

Consideraciones finales

Podemos notar, dado los datos otorgados, que a partir de 1980 y en conjunto con la Reforma Constitucional de 1988, los grupos evangelistas crecen abismalmente. A su vez, si bien tienen una agenda profundamente marcada en cuanto a cuestiones económicas y sociales que reflejan en el Congreso y en sus discursos, las alianzas partidarias tienen a tener mayoritariamente un formato pendular. Esto podemos contrastarlo con el apoyo otorgado en los gobiernos de Lula por la vicepresidencia que obtuvieron en ambos mandatos y, posteriormente, el gobierno de Dilma. Sin embargo, notamos también que a partir de 2014 esto empieza a cambiar, pero no es un cambio que viene a echar raíces. 

Así como los días previos a la elección en 2018 los grupos evangelistas mostraron su apoyo en favor de Bolsonaro y durante su mandato llegaron a varios consensos, observamos que actualmente, durante las elecciones presidenciales del 2022, los grupos evangelistas fueron, en su mayoría, un gran pilar dentro del porcentaje de votos obtenidos por Bolsonaro. Sin bien Seman (2022) remarca en su entrevista que el porcentaje de votos evangelistas en Bolsonaro disminuyó un par de puntos y en Lula aumentó, igual los porcentajes lo dejaban arriba de Lula en cuanto al voto evangelista. Al mismo tiempo, con los resultados electorales obtenidos, el Congreso brasileño cuenta con la mayor presencia de grupos conservadores y de derecha. 

Por último, se prevé que para el año 2032, la demografía evangelista aumente a un casi 40%. Lo que traería mayor cantidad de fieles para seguir lo que los políticos evangelistas proponen y al mismo tiempo, sostener la creencia de Dios, Patria y Familia. 


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